martes, 16 de mayo de 2017

Rigoberto Hernández, Carta a Natalia González

Bogotá, 13 de mayo de 2017

Reciba un respetuoso y jovial saludo Natalia.

De antemano le manifesto humildemente me excuse, esto porque a partir de su última carta he releído las mías, y pues he encontrado varias cosas que me generan amarguras para conmigo mismo. Debido a lo anterior, he variado partes en mis respuestas pensando en mejorar su comprensión, sé que esto altera la correspondencia pero, le repito, siento desazón. Tomando las cosas de manera positiva, creo que en la escritura epistolar el encuentro con el otro implica el auto encuentro.

En su última correspondencia, que me ha parecido justa, desafiante e interesante porque tiene en cuenta mis afirmaciones desde otra óptica, no puedo dejar de valorar sus palabras tanto manifestándome sus pensamientos, como exhortándome a mejorar mi escritura, algo que me agrada, me hace sentir más comprometido e interesado por hacerme entender y aprender cosas nuevas, esto lo recibo con un profundo aprecio. Sin embargo, siendo franco no sé cómo desarrollar estas líneas; principalmente porque siento la desconfianza sobre mis hombros. Buscando sobreponerme a este sentimiento y no dar la impresión de autocompadecimiento, pienso que escribir bien es algo que no se logra de la noche a la mañana y que por lo mismo es inútil sentirse afligido solo porque las cosas no salen bien a la primera.

Por otro lado, en relación con el contenido me centraré en un punto. Mentiría si digo “no con el ánimo de polemizar”, pero creo que dicho ánimo subyace y es notorio, por lo menos en mi correspondencia. Ese juicio de encontrar el debate molesto, ya sea porque es impertinente o pretencioso, creo que invisibiliza algo fundamental, y es el “aprendizaje” y el “deseo de aprender”. Además una postura pasiva frente al pensamiento del otro no necesariamente implica respeto.

El punto al que me refiero son “los vínculos entre escritura y verdad”. Yo comparto que la escritura no implique un compromiso con la verdad, pero ya que la escritura está más cercana a la “intención” e “interés” de quien escribe, además que el término “verdad” implica serios cuestionamientos, creo que la escritura implica un compromiso con uno mismo.

Desde este punto de vista la escritura posibilita un conocimiento propio, lo que es sumamente importante para la persona que lo valora y que se esfuerza en cultivarlo por medio de esta. Además la escritura como forma de sistematización del conocimiento es la memoria del ser humano. Esto ha hecho que se la subraye, y en ese sentido sea objeto de regulaciones. Pero esto no significa que la escritura sea la única forma para cultivar el saber.

Ahora, no estoy diciendo que la escritura está sobreestimada en tanto forma del conocimiento, de hecho compagino en que es necesario el saber escribir. Sólo que me parecen curiosas las regulaciones a las que es sometida la escritura para que su materialización tenga algún valor. A mi juicio estas regulaciones son inquietantes y, creo, se relacionan con la racionalidad. Influenciado por uno que otro autor me inclino a pensar que esta racionalidad es una de las tantas formas de conocer la realidad, pero que esta se establece como la única válida en virtud de cómo se acerca a la realidad, de su sistematicidad, de su rigurosidad etc., y por qué ha podido extirpar el interés.

¿Y es que hay alguna clase de relación entre la escritura y la racionalidad? Según lo veo, la escritura académica está ligada a la racionalidad en términos del método. En subdividir el problema en partes más sencillas, y después recomponerlo para comprenderlo. Ahora en la escritura que se exige en la academia esto se da, las ideas deben ser subdivididas en oraciones, enunciados, proposiciones y premisas que deben seguir un orden lógico. Se nos pide escribir diferenciando los elementos porque esto es sinónimo de razonabilidad. Básicamente digo que la forma (“la claridad”) con la que se nos pide que escribamos, distrae de lo importante, que pone el acento en el “cómo” y obvia el “quién”, el “qué” y en ese sentido obviamos la cuestión ¿qué quiere? Creo yo que en la escritura académica dicha cuestión está vedada en aras de la objetividad de lo que se escriba.

He leído las cartas de compañeros nuestros y me inclino a pensar que de una u otra forma algunos referencian algo similar. Yo lo repito de la siguiente forma: ¿Qué clase de interés se hace pasar por desinterés? Y en ese sentido creo que lo que se nos escapa es la importancia de la “historicidad”, porque tras un quién hay una historia.

Para terminar le agradezco la orientación que me propuso recientemente, ya que usted sugirió hablar de las historias lo cual me parece pertinente. Usted me hizo caer en cuenta que nuestra conversación tanto implícita como explícitamente tiene esto como transversal, es decir, la historia. Algo que retomo con agrado para decir que de cierta forma el qué y el cómo está mediado por la historicidad. Filosóficamente me inclino a pensar junto a Gramsci que todos los seres humanos son filósofos y filósofas en alguna medida porque se desarrollan en un tejido social, que tiene lenguaje, creencias, tradición en ese sentido que todos despliegan un discurso más o menos coherente que dan cuenta de una forma de percibir la realidad.

Nuevamente le agradezco compartir conmigo este espacio virtual, en que me manifiesta su ser y en que puedo ser, ha sido bastante estimulante para mí. Espero poder seguir con este ejercicio ya que me parece sumamente interesante. Quedo a la espera de su respuesta.

Con profundo aprecio

Rigo Hernández

Rigoberto Hernández, Carta a Natalia González

Bogotá, 14 de marzo del 2017



Estimada Natalia, inicialmente me excuso por la lentitud de mi respuesta.

De su carta hubo varias cosas que me llamaron la atención, voy a resumir de la siguiente manera los temas que creo trata de desarrollar, así mismo los trataré en el mismo orden:

1) Filosofía y las miradas

2) Historia de vida

3) Responsabilidad social con el otro

4) La escritura

5) Sentimiento de inconformidad y tristeza

Debo reconocer que me sorprendió su carta, como la meta es aclarar los sentidos de lo escrito, pienso que son buenas las segundas, terceras y hasta cuartas impresiones.

En cuanto a los dos primeros puntos, bueno, creo que uno expresa más de lo que quisiera con su corporeidad, su forma de mirar, y así mismo la historia de vida. Sin embargo el acto solamente de ver e interpretar es contemplativo hasta cierto punto, mientras que el acto de comunicación ya permite dimensionar al otro desde su historia de vida. En este sentido encuentro muy enriquecedor o formativo el hecho de conversar con las personas, claro, a veces también es difícil; uno tiene que luchar por expulsar fuera de uno mismo la desidia, apatía, microfascismos o el temor que implica el diálogo con el otro. Sin embargo, no le doy a este un carácter tan inocente, sino que pienso, igual que con la escritura, que la buena argumentación en el uno y en la otra son una forma de superposición ante lo otro. Esto lo trataré más adelante. De momento retomaré algunas cosas que considero importantes de la historicidad de una persona, y tomaré como ejemplo a mi padre, quien es una persona muy supersticiosa y digamos con fe. Se escapó de la casa desde los 5 años. Alguna vez me contó las razones, la verdad no las pude entender, eran una mezcla entre miedo a algo sobrenatural (brujas, fantasmas, diablo etc) y miedo a ciertas personas que lo trataban mal. Me contó lo que hizo de los 6 a los 20 años, las relaciones de amistad y hermandad que pudo construir con niños, niñas y jóvenes que estaban en la misma situación, cómo conseguían la comida (en combos se metían a las fincas y robaban mazorcas, papas, pollos etc, como él era el más pequeño, era el campanero, es decir el que vigilaba); todos los lugares que conoció y cómo llegó a Bogotá y se convirtió en un “Gamín”, cómo era esa forma de vida. Si le digo la verdad resulta bastante peculiar el comportamiento de Roberto –así se llama mi padre-, es bastante social y político, aclaro, no me refiero a que sea un líder social, nada más lejos de él que esa actitud, sino a la forma en que lleva sus relaciones sociales, con una prudencia, diplomacia y alegría pero al mismo tiempo con temor y prevención, estos se combinaban en sus comportamientos. Intuitivamente siempre juzgué este hecho; me desconcertaba su buen trato para con sus conocidos en público, pero su inquietud y hasta su dolor en privado por el proceder de estos, sus suspicacias por sus comportamientos.

Ahora puedo ver una astucia en su proceder, creo, su historia de vida le hizo entender que siempre dependió del otro. Nietzsche decía “la hipocresía también es una virtud”. Roberto experimentó la necesidad de unirse con otros y más siendo un niño de 10 o 11 años sólo, por eso siempre trata de gánarselos y al mismo tiempo siente prevención por el proceder de estos. Algo que se puede sintetizar en ese adagio popular que reza: “una sombrilla no es para un solo aguacero. A partir de estos diálogos con él y de la observación de su comportamiento social, me doy cuenta de una historicidad de la cual emergen sus propias reflexiones y puntos de vista. Algo curioso es que mi papá es analfabeta, entonces por supuesto no me las puede expresar verbalmente de forma articulada y racional, sin embargo sí lo hace mediante sus comportamientos mediados por la prudencia.

Por otro lado, yo concuerdo con usted, en que ni las dinámicas y ni los discursos se excluyen sino que antes bien se sobre pondrían de tal forma que se auto-legitiman mutuamente. Sería interesante ver hasta qué punto la misma escritura (en este caso occidental académica) es una forma de ésta lógica (auto legitimación mutua). El pensamiento racional occidental -pensando lo de “discurso hegemónico”- establece, precisamente desde el plano discursivo, las condiciones de lo racional. Es decir que el plano comunicativo es ya garante de las condiciones (o los modos) de lo que se incluye y excluye. El punto es que quizá hay cosas o discursos que tienen otros modos y registros, que exceden los parámetros establecidos, y son otras formas de acercamiento a la realidad. Como quiera que sea, mi cuestionamiento se centraba más bien en la enseñanza o el aprendizaje; alguna vez conversaba con un profesor que no hay enseñanza sino solo aprendizaje; porque en últimas el educando siempre aprende algo aunque no sea necesariamente lo que el docente pretendió. Por supuesto no lo digo en menoscabo de las prácticas de enseñanza y todo su rigor, método, disciplina etc., o su sustento como rama del saber que aspira al estatuto de cientificidad.

En relación con la escritura me parece que lo que manifiesta:

“Si hay que armar una oración de la manera más limpia y clara posible es para que el otro me entienda. Y si le debo exigir al otro que me hable de una forma clara es para entender lo que tiene para decir, o para decirme”.

Puede complementarse si tenemos presente que el mismo acto de comunicación implica sometimiento o pacificación; si bien es cierto que en la escritura, debo expresarme de la forma más clara para no dar cabida a malas impresiones de lo expresado[NG1]. Así mismo el otro debe hacer lo mismo en relación conmigo, también es cierto que esto es una forma de "agón", de lucha, de disputa, donde a las respectivas partes les corresponde tomar sus glorias según su capacidad para argumentar.

La disputa, por supuesto, no es mala. A mí lo que me llama la atención es una cuestión que se obvia: “que no solamente es” por una buena comprensión como se enfatiza generalmente, sino también por preponderancia. Generalmente se dice que nuestros puntos de vista tiene que ser racionales (claros y distintos) porque deben tratar de dar cuenta de la verdad[1], como si la tendencia a la veracidad fuera un criterio de objetividad, según se cree es muestra de que “no hay ninguna clase de interés o intención, que es la única forma para que ideas o palabras sean válidas” etc. Lo cierto es que este es un discurso que se autolegitima y legitima una forma de vida; sin embargo, yo pienso que no es una la vida que vislumbra cuál es la verdad y la defiende, sino que a la vida en determinadas condiciones le es inherente una clase discurso que asume como verdad y lo defiende.

Para mí, el interés por escribir tiene que ver esencialmente con encontrarme para después reencontrarme; si debo escribir, debo inicialmente conocer o intuir lo que quiero expresar, lo que implica encontrar lo que motiva mi deseo de comunicación, para después expresarme (ser) de la forma más clara. Se supondría que el otro, si quiere acceder a mí, tendría que hacer lo mismo, también se supondría que el carácter racional mutuo me permitir perderme en su sentir (ponerme en su ser) para después volverme a reencontrar. Podría parecer que tiene un carácter individual, sin embargo, creo que este deseo de auto encuentro implica necesariamente al otro y tienen un carácter político; éste halla fortalezas y debilidades propias, solo porque siente la necesidad del otro y busca principalmente acercarse a él. Se supondría que en este ejercicio de tránsito de lo interno a lo externo y viceversa, del sujeto a su entorno y viceversa, estos se mejorarían dándose así, no crecimiento de cada uno, pero una forma de interacción.

Lo anterior no excluye el aspecto económico, no pretender aprender algo si este algo no me garantizara en cierta forma una mejor condición de vida; la escritura en la academia representa junto a un crecimiento humano intelectual, ético, político etc, una seguridad económica. Por supuesto tampoco creo que esto sea negativo, digamos que con arreglo a mis prioridades e intereses convendría más una orientación de la orientación pedagógica. Finalmente pienso que en la medida en que el escribir filosófico –aunque aún no sepamos muy como de hace -compromete el pensamiento y la acción, hay un carácter vital para lo educativo, que acentual el compromiso y la conciencia de esta práctica. Aunque también cuestión hasta qué punto lo que se entiende académicamente por filosofía, considere “para ser transformada transforme”, aportes de las prácticas de enseñanza.

Para terminar quisiera decirle que también me identifiqué con varios de los sentimientos que expresa. También llego a sentir ese malestar con la sociedad y por el sufrimiento humano, pienso en el poder que tiene la mente sobre lo que percibimos como realidad. No digo que la realidad fáctica sea superficial frente a la mental, pero si algo he podido aprender en la licenciatura en filosofía, desde una comprensión vivencias y no meramente intelectual, (que me ha permitido adquirir una visión más profunda de mi realidad) es la necesidad humana de arraigarse a algo, me hace acordar de una frase de Nietzsche:

“Un filósofo: es un hombre –también una mujer– que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias. Alguien a quien sus propios pensamientos le golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie particular de acontecimientos y rayos. Acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos, un hombre fatal rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí, pero que es demasiado curioso para no volver a sí una y otra vez…”

Quedo atento,

Rigoberto Hernández Sánchez

Posdata: en relación con los sabores y las caras, también podría ser que la oralidad, inicialmente entendida como gusto y no como narración, sea un hecho fundamental para él bebé toda vez que a cierta edad (al cachorro humano) esta se le presenta como una forma de acceder al mundo desde sus limitadas capacidades que están en desarrollo. No digo que es la única forma en que el bebé se acerca al mundo, pero sí una de la que yo hacía uso. De esta, y del placer que producen los sabores, queda como reducto, en los estadios subsiguientes de desarrollo del ser humano –presumo yo–, una estructura o imagen mental que, aunque difusa, se pueden asociar otras impresiones. En mi caso relacionaba las características de los sabores con el rostro como una forma de conocer a lo nuevo a través de lo ya conocido. Es decir, como una forma de asociación de lo ya conocido o experimentado (en este caso los sabores) a lo desconocido que causaba asombro, los rostros y corporeidad de las personas y cómo de estos provenía olores característico. Presumo que en la edad inicial del ser humano –primera infancia, infancia y pubertad– este puede percibir una gran variedad de estímulos, capacidad que se va apaciguando y los estímulos van perdiendo su vivacidad al ser naturalizados. La inteligencia como capacidad que crece y se abre paso, se fortalece teniendo como base las experiencias pasadas. La cuestión que me llama la atención ahora es si acaso ¿relacionaba a personas con lo dulce por lo agradables que pudieran ser para conmigo? o ¿o relacionaba los rostros de las personas sólo en virtud de sus características de la cara y odoríferas?


[1] La correspondencia entre lo dicho y lo acontecido, o entre el pensamiento y el objeto.
[NG1]No es para eso, es para que por lo menos se entienda qué es lo que dice el otro.

lunes, 15 de mayo de 2017

Rigoberto Hernández, Carta abierta


Bogotá D.C., Colombia
21 de Febrero de 2017

Compañeros y compañeras docentes en formación
Licenciatura en Filosofía, UPN
Seminarios de clásicos contemporáneos de la filosofía de la educación.


Respetados escuchas:

De antemano les manifiesto un cordial saludo como corresponde, la presente tiene como fin entablar redes de comunicación sobre el primer punto del seminario (experiencia propia de la profesionalización de la filosofía en la licenciatura) por lo que brevemente expondré uno que otro elemento anecdótico y reflexivo de mi vivencia en la licenciatura. Inicialmente consideraré una dimensión humana refiriéndome superficialmente al deseo de saber, en este sentido consideraré mi acercamiento a la filosofía desde lo espontáneo y libre en periodos de mi infancia, preadolescencia y adolescencia para después abordar el tema en cuestión.

Vagamente recuerdo que en la primera de estas etapas esperaba la ocasión en que no tuviera nada que hacer. Por ejemplo, en el transporte público, sobre las piernas de un familiar, conocido o de alguna persona que se ofrecía a llevarme, veía a las personas y curioseaba en sus rostros, qué relación podrían tener con los sabores ¿a qué sabe ese rostro? creo que pensé. Algunas caras me invitaban a pensar en dulce, salado, insípido o seco, amargo, etc. Recuerdo también lo sensible que era a los olores; al ser fuertes estos me generaban náuseas, este hecho estaba relacionado con sus rostros.

Otro punto importante fue la música, aunque no me atraía cualquiera. En la medida en que me interesó la lírica, sólo escuchaba en español, y aunque el ámbito instrumental me conmocionó emocional y sensualmente, repasaba una y otra vez las letras para hallar la historia y encontrar el sentido de géneros como el rock y algunas derivaciones del metal. Los géneros populares no me llamaron la atención desde lo instrumental y lírico, escucharlos durante tanto tiempo en situaciones determinadas hizo que tuviera una idea de estos algo peyorativa, por supuesto jerarquizaba estos géneros por juicios de valor que establecen lo bueno y lo malo –aún se hace, la diferencia es que ahora el discurso es más racional con lo que quiero decir más “elaborado”–. No entendía la dimensión identitaria que obedecía a formas particulares de percibir la realidad. En este momento pienso en la relación poesía-filosofía por la sabiduría que se manifiesta en ambas.

Claro también se puede decir que esto no es propiamente filosofía ya que carecía de conceptos, método, categorías, universalización etc. Algo con lo que estoy en parte de acuerdo, pero en lo que no me voy a detener. Quiero poner el acento en la dimensión humana que es el deseo de saber y con esto situar la filosofía en el ámbito de lo vital. Hasta aquí puedo decir que es un acercamiento que partía más de dejarse fluir en los pensamientos que suscitaron los estímulos, o mediado por la poesía, sin embargo creo que estas y otras experiencias (y el placer que me generaban) hicieron de acicate para sentirme atraído por la pregunta y a la postre por la filosofía.

En la adolescencia me retiré del colegio y después de un tiempo de trabajar regresé. En el último periodo de la vida escolar este gusto se concretó como una orientación para mí dicha. La Universidad Pedagógica Nacional hacía apertura del programa de Licenciatura en Filosofía, hice las diligencias necesarias para abrirme esta posibilidad, claro si bien a los 20 años no tenía las cosas claras –menos una proyección profesional con sus implicaciones– sí tenía claro que quería saber de filosofía hasta llegué a intuir que lo que vería sería “historia de la filosofía”.

Inicialmente mi ingreso a la formación profesional fue tremendamente tedioso y desorientador en la medida en que era eminentemente discursiva; imagínense ver durante dos horas o tres a una persona que mueve la boca, se escuchan palabras que medianamente se articulan para construir sentido, que se logra principalmente de los contenidos que el estudiante tenga.

Las personas que sabían de filosofía asentían con la cabeza o musitaban: “aja”. Uno intuía que tenían su propio lenguaje al cual era necesario acoplarse, tal cual un módulo, bajo las exigencias de la escritura y la lectura rigurosas. Quisiera decir que ni la una ni la otra fueron problema pero nadie y principalmente yo podría creerlo. Hablando con algún compañero me decía: “la escritura es muy difícil como la quieren ellos, por no decir una mierda. ¡Ya sólo dejen escribir!”. Y hasta cierto punto tenía razón: ¿Hasta qué punto ciertas dinámicas de la normalidad educativa limitan el aprendizaje, ya que este es experimentación y en estas no hay tiempo? Si bien es cierto que la escritura filosófica en virtud de su identidad debe tener ciertos parámetros, estos no se logran de la noche a la mañana por genialidad o inspiración sino que se forjan en la práctica disciplinada, algo que por lo menos para mí resulta difícil. Aún hay textos que no puedo comprender e ideas que no puedo expresar sintéticamente salvo de una forma plástica.

En este punto tuve una noción de la filosofía estéril en tanto actividad práctica; se reducía a algo para lo cual no era bueno y en lo que no podía ver un avance. Aunque –se supone– sabía cómo hacerlo, no podía hacerlo bien según lo sugieren los parámetros. Creo que fue una percepción repetitiva que me llevó a sondear la tristeza de sentir que no aprendo. Resulta lacerante pensar que estamos determinados a caer una y otra vez con la misma roca; digo –entrados en este punto del desarrollo de nuestra conciencia– podemos suponer que no habiendo un fin predeterminado para el ser vivo, la vida adquiere sentido en la medida en que se aprende y si no se aprende ¿qué sentido tendría? Afortunadamente tenemos esta habilidad y creo que debemos buscar formas para potenciar y mantenerla.

Algo curioso que me interesa destacar brevemente es que el ejercicio práctico de la enseñanza me ayudó a superar este estado. A pesar de haber tenido una experiencia más numerosa en la enseñanza (en la pre adolescencia tuve contacto con un grupo de profesores que se centraban en educación popular) la licenciatura pasó desapercibida, este factor se caracterizó lentamente al dimensionar sus implicaciones, mis condiciones socio-materiales y por supuesto las condiciones de subalternidad de la educación y la filosofía en un país como Colombia.

Por supuesto el ámbito social-material siempre está presente. Abiertamente se debe decir que las posibilidad de desarrollo personal que representa la universidad (profesionalización) están ligadas al desarrollo económico y material; más allá de toda idealización de orientación están las promesas de mejores condiciones de vida, es decir, de ascenso social. Claro, también se puede decir que esta percepción obedece a la desaparición de los fines de la formación humanista, pero esto no hace que la realidad de la que se deriva sea menos cierta, resulta ingenuo creer que las circunstancias del entorno no condicionan en parte al sujeto, además si algo he podido forjar –se supondría– es una postura crítica, por lo cual uno no traga entero ciertos imaginarios colectivos. Teniendo en cuenta lo anterior las posibilidades de encontrar un trabajo formal no son muy estimulantes; todo lo que no esté en función del rublo económico es inútil –se piensa– por lo mismo la filosofía y su carácter humanístico no es valorada. Se sale a competir y en este sentido es necesario desarrollar otros saberes, español, historia, sociales, inglés etc., lo que no quiere decir necesariamente darle una carácter interdisciplinar a la filosofía.

Tanto la una como la otra (la dimensión filosófica como pedagógica) demandan un vigor intelectual y emocional. También se puede decir que desde el punto de la misma enseñanza la universidad no prepara; gran parte de lo que se habla y se escribe en el claustro universitario no retrata el acontecer en el aula escolar, supongo que de ahí la importancia del periodo de prácticas.

Finalmente, hoy después de haber recorrido parte del entramado puedo decir que la profesionalización de la filosofía, como Licenciatura en Filosofía en la Universidad Pedagógica Nacional, tiene como campo de referencia situaciones vitales en tanto necesidades individuales colectivas e históricas, que ponen sobre la mesa la importancia de la filosofía como reflexión de la realidad individual y social.

No siendo más me despido agradeciendo la atención prestada, quedo atento a cualquier inquietud o sugerencia.

Atentamente,

Rigoberto Hernández Sánchez
Docente en formación

lunes, 8 de mayo de 2017

Crhristian Palomino, Carta a Sergio Hernández


Para: Sergio Hernández

Me place compartir de nuevo este intercambio de ideas por medio de correspondencias. Amigo mío, también pienso que debemos enfocarnos en conocernos a nosotros mismos, pero pienso que también esta labor exige mucho de nosotros mismos. Claro, es un esfuerzo que vale la pena, pero considero que mientras pensamos en nosotros y configuramos nuestro pensamiento, no debemos olvidar en dónde desempeñamos esa labor. Con esto quiero decir que, a pesar de emprender una búsqueda de este tipo, el entorno y las personas que lo habitan pueden dificultar esta labor. Mientras nos buscamos a nosotros mismos debemos tener cuidado de no estar buscando otra cosa, pienso que es fácil hacernos una idea toxica de nuestra posición en este mundo, pues hablar de que haya alguna posición completamente errada me parece un poco presuntuoso. Así que, siempre y cuando lo que reflejemos en nosotros y lo que nos constituya, sea cierto, imponerlo o buscarlo en otros puede resultar perjudicial para nuestros intereses. Pero también es cierto que frente a los otros o en el contacto con los demás, es posible que se haga más clara nuestra propia visión de nosotros mismos, rechazando todo lo que nos limite y subyugue.

Mientras vivimos nuestra propia vida frente a nuestro entorno, y frente las vidas de los demás, posteriormente, pienso que en algún momento nos sobrepondremos a todo eso para priorizar solo nuestra vida. Las paradojas y contradicciones del mundo nos mantienen despiertos y atentos para no dejarnos engañar. “El hombre que más ha vivido, más no es aquel que cuenta con más años, sino aquel que ha sentido más la vida”. Una contradicción que expone Rousseau, pertinente para motivarnos a vivir en el sentido vitalista del término.

La displicencia para ser activo -en el sentido nietzscheano del término-, nos reduce las posibilidades y pienso que también nos limita a solo preocuparnos por articular pensamientos aparentemente razonables y reducirlos a simple producción discursiva. Pienso que siempre hay algo más, siempre se nos olvidan otros tipos de expresiones para suprimirnos y limitarnos a las simples oratorias. ¿Qué ha pasado con la música, el arte y otras manifestaciones? Una canción o un grafiti muchas veces dice más que alimentar nuestros egos frente a un público en un coloquio. Qué desagradable tener la necesidad de convencer a los asistentes a una conferencia, qué afán de hacer que todos estén de acuerdo conmigo. Se dice que no se busca una verdad absoluta, pero hacemos de nuestras tesis pequeñas verdades aparentemente absolutas. Dejamos de buscar la “verdad”, para revolver el mundo con “verdades”. Pienso que es totalmente absurdo, parafraseando a Fanon y agregando la palabra razón “para qué quiero que me consideren inteligente [o razonable] si antes de salvar vidas, las destruye”.

“Vivamos, ya que esta vida carece de sentido” dice Cioran. Mientras nos aferremos a menos verdades, pienso que es posible ser más creativos. Aunque es cierto que la razón está tan impregnada en nosotros que muchas veces se apodera de nuestras expresiones. ¿Piensa usted que la razón está implícita en el ser humano? ¿Qué papel juega la irracionalidad en la filosofía? ¿Creería usted que si la razón ha configurado el mundo tal como lo conocemos, es necesario empezar a pensarnos otras alternativas para romper ese esquema? ¿Cómo podríamos hacerlo?

Espero que de la lectura de esta carta surjan otras cosas,

De: Crhistian Palomino

Sergio Hernández, Carta a Crhistian Palomino


Para Crhistian Palomino.

Querido amigo, me dio alegría el recibir su carta. Déjeme decirle que estoy de acuerdo con usted en que somos construidos también en las conversaciones que mantenemos con otros, ya sean allegados o desconocidos. Pero bien sabe que cada conversación no es en defensa de un punto de vista personal, el cual contrastamos indiscriminadamente al de los otros. No se trata de una lucha en la que el discurso de alguno debe salir triunfante. Para esta lucha de discursos se abren otros espacios que son más del talante académico. Pero si intentamos responder a la pregunta sobre la vida filosófica, como deja manifiesto al final de su carta, debemos dejar de lado este tipo de consideraciones que pretenden posicionar nuestro punto de vista sobre el de los otros. Es decir, no por estudiar filosofía debemos ostentar, como en un impulso de charlatanería, nuestros conocimientos.

Verá, le contaré, no fue por ser invencible en el arte de la retórica por lo que me interesé en el estudio de la filosofía. La filosofía me ayudó a comprender que la única persona que debo intentar convencer primero que nadie es a mí mismo. Al igual que a muchos otros la filosofía llegó a mí en el colegio por parte de un profesor admirable que, en un despliegue de sabiduría popular, me abrió una forma distinta de ver el mundo a mi alrededor. Recuerdo que alguna vez en una de sus clases saco un billete de 5.000 pesos en frente de todos para explicarnos el valor del dinero, enseguida nos explicó que ese billete era la representación, antes, de un oro existente en el banco de la república. El billete en sí es solo una representación, un valor ficticio y para demostrarlo, inmediatamente saca de su bolsillo un encendedor y le prende fuego mientras decía: “el que el papel arda no significa que arde el oro que está en el banco, solo que yo ya no tengo como demostrar que ese oro me pertenecía”. Para mí, el hecho fue impactante, al igual que para mis demás compañeros de salón, pero seguro no fue de la misma forma. Hablando de mi caso, la seguridad del contundente mensaje fue de gran influencia en mí. Es como un aprendizaje cínico, como Antístenes enseñándole a Diógenes: hay dos cosas en el mundo, unas que puedes tener y otras que no, nada que sea una representación se puede tener, pero en cambio sí se pueden jugar con ellas, en ese momento se vuelven tuyas. Por supuesto, hablar de los cínicos no era la intención del profesor, su ética era muy parecida, a mis ojos, a una ética cínica, pero de ninguna forma pretendía dar a entender tal cosa. Así era ese sujeto no tan sujeto, lo veía liberado por el conocimiento, con la frente más en alto que cualquier otro y, sin embargo, solo manifestaba una sonrisa infantil y un saludo sencillo. ¡Que maravillosa persona! Diferente digo yo a otros, ya sean profesores o personas con las que uno conversa, que se convierten en “amos del discurso”, y pretenden a toda costa ser los poseedores de la verdad. Algún interés han de tener en considerar necesario el defender tan puntualmente un discurso ¿no lo cree así? Hay una diferencia considerable entre decir filosofía y hacer filosofía. ¿El hombre puede tener ambas en sí mismo? Considero a este tipo de hombre un filósofo. Espero no me malinterprete, Crhistian, no estoy satanizando el discurso, satanizo a quien lo aprende con ánimo de tener la razón en algo, lo cual siempre involucra al otro y no como alguien que toma para sí lo que necesita de todo lo que se pueda escuchar y aprender. Si aprendieran correctamente sabrían que es insensato defender con la vida un discurso y cobarde tener un discurso para defender su propia vida. Existe egoísmo y vanidad en estas formas de pensar, otra enfermedad.

Por ultimo quisiera decirle amigo mío que, en la siguiente carta, en la medida de lo posible, me gustaría llamar la atención sobre el tema de la razón. Este no es tema minúsculo en nuestra discusión. Considero, uniendo cabos, que la razón da posibilidad al discurso ¿pero de qué manera cree usted que lo hace en tiempos como los de hoy en donde el discurso se posiciona incluso sobre la vida? ¿Qué clase de discurso ha de ser el del filósofo? ¿O será más bien restarles veracidad a los discursos una labor propia del filósofo? Estas son las consideraciones que le dejo.

Nuevamente, con sincero aprecio,

Sergio Hernández

Crhistian Palomino, Carta a Sergio Hernández


Para: Sergio Hernández

Mi buen amigo, ilustra de buena manera las problemáticas a las que nos enfrentamos cuando decidimos emprender el camino de la enseñanza de la filosofía. ¿Ser una herramienta más del sistema educativo o ser un proselitista dogmático? No encontramos en una línea muy delgada en el momento que tratamos de ejercer la labor docente. Pienso, sin embargo, que lo mismo que nos acercó y nos permite seguir en el mundo de la filosofía es lo que nos pueden ayudar a lidiar con las contradicciones, entre la profesión docente y el ejercicio filosófico. Puede que los intereses de los terceros, como instituciones educativas, instituciones estatales, incluso los intereses personales abran más la brecha entre hacer filosofía y enseñarla. Pero considero que en este mundo de contradicciones y paradojas nosotros hemos logrado, de cierta manera, aunque sea por poco, mantener nuestra visión y seguir nuestros parámetros cuando vivimos filosóficamente. Lo que quiero decir es, que a pesar de ser subyugados constantemente por las imposiciones de esta realidad, en este país, seguimos buscando alternativas de acuerdo a nuestros propios medios; y, de cierta forma, las realizamos.

Tantas conversaciones, entre amigos, con desconocidos y con conocidos; estas charlas ha ayudado a que coincidamos en varios puntos. Es cierto, qué daríamos porque fueran tomadas nuestras dinámicas en el momento de enseñar filosofía, pero ¿no lo hacemos de todas formas? Quizás todavía no tengamos la experiencia como profesionales, pero en esas mismas conversaciones, en las clases, también en el contacto con desconocidos, incluso en nuestros hogares ¿No seguimos tratando a la filosofía bajo nuestros propios parámetros? Ninguno aborda los temas de la misma manera, no frecuentamos los mismos autores, y por supuesto, a pesar de las coincidencias, todos miramos la filosofía de forma distinta. A lo que quiero llegar es a que debemos hacer el esfuerzo de no dejar de ser nosotros mismos frente a los parámetros que se nos impongan. Concuerdo en que el sistema actual que encontramos en este país, en algunos casos, le quita todo el encanto a labor filosófica, pero es cierto, que también nosotros que tratamos de hacer filosofía, podemos buscar cómo destruir, trasgredir, manipular, distorsionar, deconstruir; podemos llamarlo como queramos, pero la idea es que como filósofos debemos encontrar maneras o pensar cualquier situación que se nos presente, y el yugo de las instituciones es un problema más que debemos pensarnos.

Quizás tenga razón, cuando dice que la comprensión de lectura y la escritura son más cuestiones del campo docente que de la filosofía, no obstante, también son herramientas que usamos para hacer filosofía. Con esto quiero decir, que cuando leemos siempre podemos comprender mejor los textos, nos solo lo aprendemos por imposición de un docente, necesitamos siempre tratar de comprender lo que leemos, aunque no lo hagamos en su totalidad. La escritura es una herramienta que a pesar de ser una costumbre más rigurosa gracias a la academia, es algo que procuramos usar para nuestra conveniencia. Por lo tanto si algún día ejercemos como docentes, podemos enseñar nuestras herramientas si es necesario que enseñemos estas cosas, es decir, no está demás brindar algunas costumbres que nosotros tenemos cuando leemos; o que la escritura es posible usarla para expresar o aclarar nuestros pensamientos.

No podemos fiarnos de las academias, tampoco puede fiarse de una montada por nosotros; eso lo sabemos gracias a la influencia de la filosofía, por lo tanto llenemos la mayor cantidad de instantes posibles de filosofía. Así mismo como nos da libertad también podemos pensar las cosas que nos oprimen, para quizás repensarlos y darles nuevos usos. Coincido con su buena forma de expresar lo que es la filosofía y lo que han hecho algunos autores por nosotros, pues nos ayudan a derrumbar barreras y dogmas que nos limitan. Sería ideal enseñar de tal forma que cada quien, de acuerdo a sus enfermedades, encuentre el filósofo que prescriba la forma de lidiar con ellas, y así crear nuestro propio medicamento para lo que normalmente se llama “realidad”. Pero ¿cómo podemos vivir filosóficamente? ¿Cómo hacer que la filosofía se involucre en nuestra vida cotidiana? Puede que ya lo estemos haciendo, las paradojas y las contradicciones pueden alimentar esa labor.

De: Crhistian Palomino

Sergio Hernández, Carta a Crhistian Palomino


Para Christian Palomino

Amigo mío, si hay cosa que como futuros docentes nos preocupa, pienso que es esa pregunta por qué es hacer filosofía. Nosotros nos hemos preguntado ya si nos será posible dar una clase de filosofía según la defendemos cada cual o la preferimos; o si el instrumento educativo nos limitará y, en consecuencia, evitará que transmitamos en lo posible lo que sabemos, o si, por el contrario, nos impondrá reglas parámetros y censuras con las que no estamos de acuerdo. En ese sentido somos igual que estudiantes que son normativizados, encasillados, sistematizados… en suma, hechos una total herramienta para otros intereses.

De esas dos maneras de dar una clase de filosofía sé que usted y yo preferimos la perspectiva más libertaría. Lo sé porque lo conozco desde ya hace tiempo y sé que me dará la razón, mi buen amigo, cuando afirmo que es mejor rechazar un sistema que censurar nuestra propia filosofía.

Y es que ¿por qué abríamos de censurar nuestra enseñanza si es así como aprendimos y entendemos? Y acaso, ¿qué hay de la filosofía práctica?, ¿no alcanza a llegar entonces hasta estas instancias?, ¿es porque no hemos escrito un libro?, ¿será porque no hemos leído tantos? Aun así, me atrevo a decir que entendemos, entendemos una mística especial propia del feeling por la filosofía, lo que nos permite notar un para qué nos es útil la filosofía en nuestra vida. ¿Para qué la filosofía? Esta pregunta, considero, debe formularse antes que la pregunta por qué hacer de la filosofía. Se trata de darnos cuenta de para qué nos ha servido en la vida tener conocimientos en filosofía, por fuera de una correcta escritura y una mejor comprensión al leer, cosa que compete más bien al campo docente. Por supuesto, entendemos lo útil que es en la vida académica, pero, por fuera de ella, ¿nos ha sido de utilidad?

Sabemos que en algún momento nos graduaremos y será gracias a la academia que nuestro contexto se solventará; pero por ahora no es así, todavía podemos “montar” la nuestra, y considero necesario hacerlo. Es más, por fuera de la academia todo el mundo monta la suya. Nosotros mismos estamos entre los juegos de poderes de otros que pretenden dirigir nuestro andar, contra esto, la filosofía es medicina que nos devuelve libertad. Hemos encontrado entonces una utilidad valiosísima de la filosofía para nuestras vidas.

Por mi parte, valorando lo que he aprendido y los saberes adquiridos, puedo decir que al menos la filosofía me ha servido para limpiarme de los pecados cristianos. Comprendo que este mundo es inmanente, en donde solo tenemos lo que hay, un solo mundo. Demócrito diría: “date por satisfecho con él y podrás darte una gran alegría” … ¡Esto solo puede ser cosa de la filosofía! Este materialismo tan simple… tan confortante, es a todas cuentas una efectiva cura contra la codicia. Podemos encontrar métodos similares con más autores para cada pecado que intente someter nuestro espíritu a la bajeza de la culpa.

En el libro sobre los cínicos de Onfray, siempre me llamó la atención la forma en la que describe la relación del maestro y su aprendiz. Lo que me hizo pensar en que el maestro debe también enseñar a vivir con él vive, a ser como él es, y a la vez, establecer una distancia en él y el aprendiz para así enseñarle a evitar el culto y a desprenderse. De esta manera un filósofo también puede curar el pensamiento gregario.

No encuentro más que hacer con la filosofía, más que vivir según nuestra propia conveniencia, y como somos demasiado libres como para ser jefes o dueños de alguien (como dice Nietzsche), no encontraremos más en la filosofía que un mejoramiento trabajoso de nuestro propio espíritu.

Espero mi buen amigo, estas consideraciones sobre el qué es hacer filosofía alimenten una grata correspondencia, y logremos pulir aspectos que nos ayuden a comprender mejor nuestro problema. Estaré entonces atento a más consideraciones.


Con gran aprecio.


Sergio Hernández

viernes, 5 de mayo de 2017

Sergio Hernández, Carta a Sade

06/04/2017

Carta a Sade

Estimado marqués, me permito escribirle desde otro tiempo debido a cierta admiración que tengo sobre su trabajo. Por mi parte considero, al igual que Pierre Klossowski, que usted, mi buen marqués, es un verdadero filósofo, “el filósofo de la infamia”. Denominación que no le queda nada mal ¿no lo cree? Su divertida argumentación en boca de sus brillantes y excéntricos personajes es un uso excepcional de una retórica que se desborda del orden tradicional de lo moral. Hace usted notar que al igual que la moral, una antimoral como el libertinaje participa de la razón tan bien como cualquier idea moral aceptada por convenio social; solo que en este caso se trata de perspectivas individuales dentro de la razón general.

En mi opinión, sus personajes: todos ateos y adinerados; sacerdotes, políticos y comerciantes, quienes representan a la misma moralidad de la razón general, dejan en entredicho la forma de uso de los razonamientos, pero no a la razón misma.

La máxima idea religiosa: dios, y todo el sistema moral derivado de ésta, participan de una razón en todas forma general y normativa, pero para sus libertinos, no es más que un sinsentido, pues en estos se tiene como máxima otra idea, una contraria a dios, a saber, el ideal del hombre y su potestad sobre lo que le rodea.

Verá, mi admirado marqués, si hay algo que a mí me interesa es el poder desvirtuar la razón basada en las convenciones sociales, que son falsas por no corresponderse con el sentir individual de todos los hombres, pueden convertirse, según el rigor con el que sean infundidas, en dogmas y máximas incuestionables.

El que usted haya utilizado el sexo, que tiene que ver con la natural necesidad de la reproducción; y también la tortura, que es un ejercicio del poder de uno sobre el otro, y además de eso le haya otorgado una justificación racional humana, y, por tanto, ya nunca más divina, es una magnifica crítica para aquellos monstruos que se esconden tras la fe y la razón.

La monstruosidad que el hombre oculta tras la neblinosa fe religiosa, tras una noble cuna o tras la confianza que otros han depositado en ellos, han caído totalmente en sus burlas impecables. A esos monstruos que aparentan nobleza, a todos ellos, usted, el infame marqués, a todos ellos los has denunciado. Pero me pregunto ¿será que también usted se ha denunciado de igual manera? Sin duda sus recurrentes estadías en la cárcel nos hacen ver que sus contemporáneos así
lo pensaban. Es más, pienso que ellos le consideraban a usted el monstruo por excelencia. “el indecoroso libertino”, eso es usted sin duda; “el criminal”..., quizá. “Un peligro social, promotor del libertinaje y la criminalidad”... ¡Inaceptable! Yo siento que su verdadero crimen fue desenmascarar a los monstruos ocultos tras la apariencia de la virtud. La hipocresía y el embuste prosperan ocultas en la virtud de la cual se sirven, pero en la que no creen realmente. Pero que para mantenerse en sus papeles de líderes o guías fingen descaradamente, claro, cuando tienen que dirigirse a la multitud fingen. Pero en su secreta individualidad saben que es una mentira necesaria, pues es mejor que se siga creyendo de ellos que son los líderes espirituales y políticos, los héroes de la virtud y del buen ejemplo.

Pero al igual que los héroes de sus historias, los libertinos no se interesan por la virtud sino por complacer sus propios apetitos. Vemos en estos que, en una actitud caníbal y voraz propia de sus apetitos, el mancillar la virtud es lo que más le satisface. Entre más se burlan sus personajes de la falsa razón cristiana, más sienten estos que el goce personal es el que impera en el mundo. Alejándose de dios. El ateísmo instaurado justifica la perversidad humana.

Quizá, protegiendo sus intereses prefirieron condenarlo a usted. Pero supongo que eso no debía extrañarle, sus propios personajes harían algo similar con aquellos que intenta delatar sus pasiones. Lo imagino entonces escribiendo a carcajadas algunas de las ocurrencias que pone en sus personajes mientras se encontraba prisionero. La actitud de esos monstruos ocultos provoca de cierta forma rabia y risa, pero usted les ha superado y se ha burlado de ellos con gran estilo.

Con gran admiración, por ser usted un filósofo como ninguno,


Sergio Hernández

Andrés Atehortúa, Carta a Nixon Conguta


Hola cordial saludo, tenía en un inicio planeado ir respondiendo o contrargumentando apartes de su carta, pero a medida que iba escribiendo me di cuenta que era más valioso desarrollar lo que nació en mi gracias a su comentario inicial a mi carta. Principalmente porque me permitió escribir algunos esbozos de algunas consideraciones que he tenido frente a la actualidad, sus discursos y lo que empíricamente se da respecto a eso, que traduciría como una crisis. Entonces, lo que viene a continuación es lo que nació originalmente de esas consideraciones:

Hola, sí, es cierto que extraña por su componente formal la presencia de un encabezado como el que tenía la carta que le envié. Por desgracia aun llevo en mi memoria la dimensión evaluativa que tienen estas cartas, y la influencia que estas tienen en una de las notas del seminario. Entonces el liberarnos de ese aspecto institucional que nos mueve es algo que tenemos que aprender a discernir en cada momento, principalmente porque aunque yo considero que el vivir y sobre todo el Existir implica responsabilidad, estas responsabilidades inherentes al hecho de ser Existentes no deben estar necesariamente rotuladas bajo el marco de un deber frente a una institución. Y es algo que todavía no aprendo a separar. Es una suerte de llamado a asumir la mayor responsabilidad que podemos tener, y es la que hay con nosotros mismos para vivir sin necesidad de un camino allanado por el deber ser, es hacernos arquitectos de nuestra propia vida, y no desde una relación determinada por la exterioridad, sino respondernos también a nosotros mismos desde nuestros propios compromisos y poder dar cuenta de todo aquello que se convierte en una verdad por la cual estemos dispuestos a vivir y morir, como bien lo decía Kierkegaard. No se trata entonces de pensar en clave del qué dirán o de ser el mejor arquetipo de institucionalidad frente a los ojos de las personas. Creo que su reclamo está bien fundado para pensar en lo humano y sus relaciones lejos del camino que han habilitado las normas en nosotros. Esto no significa que se deba dejar atrás lo que ya está y negar el valor práctico que esto ha tenido para nuestras vidas, simplemente es detenerse en el avanzar presuroso que tenemos para mirar a los lados y no correr el riesgo de perder en el recorrido elementos del paisaje que nos inspiren.

Un problema que veo con preocupación radica en pensar que nuestra grandeza como seres humanos puede estar contenida en las directrices que el presente sigue fijando bajo la consigna de un progreso. Y todo parece estar subsumido por ello, ningún aspecto de nuestra vida se salva, un ejemplo claro es la manera en la que escribimos y argumentamos y también en la manera en la que nos comunicamos, la superficialidad de las conversaciones y de las relaciones actuales son una consecuencia clara, hay mucho y a la vez nada. Todo este panorama de “bienestar” esconde unas profundas contradicciones si hilamos con cuidado nuestra observación, pero el presente es así: se proclama una cosa y se actúa contrario a esas palabras, se habla de igualdad pero simultáneamente se está excluyendo a quien se considera contrario y es algo que sucede hasta en las esferas de la sociedad consideradas más progresistas. Si tuviera que definir en pocas palabras nuestra actualidad la llamaría: la época de la paradoja y la contradicción. Es la patente de una existencia que camina en el aire.

No pienso extenderme sobre este tópico, pero esto ocurre porque estamos en una época de transición, y como transición, la reina es la ambigüedad, la liquidez, pues estamos dejando un momento, y ese desprendimiento deja un residuo de nostalgia y a la vez que nos colma con la expectativa de lo venidero. Y esto lo percibo cada día al ver que reina más un escepticismo, pero no producto de la afirmación de los propios límites del conocimiento, no, no es un escepticismo epistemológico, es un escepticismo producto del miedo y la desconfianza. Ya muchos no creen en la ciencia porque limita lo humano, y ni que decir para quienes buscan en la religión una respuesta, terminan muchas veces tildados de ignorantes y atrasados: “son seres del pasado”. Como bien Nietzsche lo anticipaba estamos en una pura nihilidad a causa de esa transición. Nos hemos quedado enterrados en la angustia del presente. Todo parece ser posible, pero a la vez que parece que lo conseguimos, ese todo se aleja un poco más. He ahí de nuevo la paradoja. No parece que nuestros sueños sean alcanzables así los veamos, es casi como contemplar las estrellas en luna nueva, brillan, nos seducen podemos jugar a capturarlas como si fueran luciérnagas danzantes. Hay tanto dispuesto a nuestro alcance, pero esto resulta ser un espejismo y la academia no es ajena a esta situación paradojal y contradictoria: se nos habla del compromiso social que tenemos al formarnos como docentes, pero a la vez no tenemos real conocimiento de lo social. Nuestra conciencia se limita a lo que circula dentro de las instalaciones universitarias, hablamos en el lenguaje de teorías que se construyeron muchas veces sin ser correlativas al mundo y sus contingencias. Rechazamos las categorías universales pero a la vez las utilizamos para definir nuestras particularidades. Rechazamos la influencia de Europa pero a la vez utilizamos su lógica para montar reivindicaciones.

Y de verdad, agradezco su comentario a mi encabezado, porque me hizo pensar en lo difícil que es actuar sin presupuestos y sin miedo a las consecuencias, las cuales, para nuestra sorpresa, quizá solo habitan en nuestras mentes, es decir, queremos ser espontáneos frente al mundo pero la ansiedad de proyectar eso que queremos y evitar de paso imprevistos nos hace preferir seguir por el camino ya establecido. Como lo puede ser entregar una carta tratando de que esta cumpla con unos estándares mínimos de presentación pese a que en este caso no sean del todo fundamentales. Así mismo este espacio que dediqué a escribir esta carta me sirvió para pensar en la necesidad de tener prudencia con nuestro lenguaje y nuestras acciones, sobre todo porque a medida que hablamos las paradojas se hacen más cercanas, y podemos caer en falacias naturalistas o en generalizaciones que no deberían venir al caso. Pues como verá son muchas cosas sueltas que en esta carta menciono y que parecen asomarse para luego esconderse. Pero mientras encuentran una mejor estructura es lo que puedo sacar a la luz. Gracias.