domingo, 30 de abril de 2017

Yesica Cortés, Taller 2

Muchas manos también pueden escribir...

En el segundo taller, un primer estudiante formuló una pregunta del texto escogido para la sesión. Luego un segundo estudiante, la respondió. Tanto la formulación de la pregunta como de la respuesta fue trabajada grupalmente. Es decir, si bien había un estudiante que planteaba la pregunta, colectivamente nos encargamos de hacer las correcciones pertinentes y de modificar lo que fuese necesario para que la pregunta fuera clara, lo mismo pasó con la respuesta. Esto lo realizamos en una cartelera, haciendo uso del colash como herramienta para la escritura.










Angie Bernal, Carta a Karen Aristizábal

Bogotá, 15 de Marzo de 2017

Karen

Me alegra de cierta forma que le intrigue mi preocupación. Para no extenderme, hablo de conciencia educativa cuando como maestras prestamos atención a ciertas cosas y le damos a ellas importancia. Por ejemplo, darle mucho espacio a conocer a las y los estudiantes, de eso somos conscientes.

Por otro lado, en ese ejercicio de la construcción educativa, yo, o bueno cualquier persona podría estar convencida de que es la mejor forma de educación y por medio de ella podría promover cosas con las que los estudiantes no estén de acuerdo o no les interese. Yo por creer que es la “mejor” forma de educar dejaría de lado la opinión de los estudiantes: puede que a ellos no les interese ser críticos. Pero yo de algún modo desearía “infundirlo” porque pienso que así debe ser.

Evidentemente yo no lo hago con mala intención, sin embargo, puedo desconocer de esta manera la voz de los estudiantes, esto sería de forma inconsciente…

Ahora bien, quiero hablarle del tema que ahora me tiene un poco inquieta.

Yo estoy convencida de que no existe algo como ser mujer o ser hombre. Pienso que somos cuerpos parlantes como dice Paul Preciado…

No puedo afirmarme como mujer, me cuesta. Y no puedo decir que soy un hombre, porque estoy más alejada de ese concepto.

Somos cuerpos, miles de cuerpos con muchas voces impuestas. Pero somos cuerpos fabricados (creo yo), tejidos… por ello mis dibujos alrededor de la hoja. Cada figura es un nudo del tejido que somos. Nuestro cuerpo es así: lleno de muchas voces. Pero el tejido es único… Aun así siento frustración por la negación y determinismo de las personas que me rodean, casi que debo obligarme a SER MUJER (cosa que no comprendo…)

Hoy a diferencia de otros días tomé antes de escribir, tal vez haya dejado muchas cosas sueltas. Disculpe… creo que desde estas cosas se puede llegar a la creación.

Mmm… siento ser poco cortés. Me interesa saber cómo fue educada, pero no desde lo académico…
También me gustaría saber qué autores leyó en filosofía en el colegio.


Perdón por mi dispersión…

Un abrazo

Angie Rico
Carta Manuscrita (p. 1)

Carta Manuscrita (p. 2)

Karen Aristizábal, Carta a Angie Bernal

Carta Manuscrita 

Angie Bernal, Carta a Karen Aristizábal

Bogotá, 7 de Marzo de 2017

Karen

Hola, ahora que nos escribimos tan seguido y conocemos más de lo que pensamos, escribiré como realmente escribo; antes escribía con letra separada para que me entendiera. Pero… ¿qué tan sincero puede ser el acto de escritura si finjo mi letra?

Bien… con respecto a lo que me pregunta, sí, pienso que de todo aprendemos. Sin embargo, mi inquietud va enfocada a ¿cómo saber si el camino es correcto y no estoy siendo violenta? Porque yo puedo sentirme muy cómoda con una perspectiva educativa y creer que es la indicada para que las personas se construyan, pero tal vez también yo esté creando sujetos e imponiendo formas. Es que el acto educativo no es del todo consiente.

Perdóneme por divagar. Tengo muchas preocupaciones… pero bueno, creo que es importante un poco de frustración en el acto de educar - el caos es necesario.

Ahora bien, me concentraré en lo que me pregunta al final, sobre la formación de mi abuela, madre…

En primer lugar, creo necesario comentarle que no conocí a mi abuela, ella murió mucho antes de que yo naciera. Pero ella vivía en Caquetá, era una mujer del campo: muy trabajadora. Murió años después de llegar a Bogotá donde tuvo a mis tías y mamá.

A pesar de que ellas no nacieron en el campo, se educaron de la misma manera. Madrugaban a hacer labores de la casa y desde muy pequeñas aprendieron del trabajo familiar, este era la preparación de habas y maní, para venderlos en Monserrate.

En muchas ocasiones ellas terminaron muy mal por ese trabajo. Por ejemplo, mi mamá se quemó con una olla llena de aceite caliente cuando era muy pequeña.

Su educación estuvo enfocada al trabajo, aunque ya después cada una de mis tías tomó caminos diferentes: una de ellas se fue a un internado de monjas. Otra quedó embarazada muy joven y dejó de trabajar, mi tía más joven entró a trabajar como empleada del servicio desde que cumplió 14 años.

Ahora que le escribo estas cosas, noto que debido a nuestra condición económica y “mala” educación mis tías y mi mamá tuvieron que ser amas de casa, empleadas domésticas y en muchas ocasiones fueron violentadas por sus esposos y quedarse todas solas y llenas de hijos.

Pienso que fue por la economía, ya que veo a otras mujeres de la edad de mis tías, que tienen trabajos mejor pagos y valorados, la diferencia es que unas pudieron acceder a la educación y no tenían que trabajar para vivir.

En mi caso cambió un poco la situación, yo tuve la posibilidad de estudiar, sin embargo, siempre estuvo la idea de fondo de que trabajaré y tendré una estabilidad económica para “mantener a mis hijos en caso de que mi esposo me deje”. Eso le da paz a mi familia, piensan que en eso consistirá mi vida.

Es un poco doloroso esto que cuento. Veo que somos cuerpos construidos o diseñados y también nuestros intereses. Además, si te sales de esta forma de ser y no tienes pareja, hijos… etc. serás rechazada, o así lo vivo yo.

Me encuentro luchando por lo que creo que soy y quiero ser, pero parece que esto agrede a mis familiares, es como si luchara para mí destruyendo a otros, a otros que amo…

¿No le parece triste? No lo digo por mí, lo digo porque no soy la única, muchas pasan por esto… quisiera saber ¿qué piensa de los cuerpos impuestos que somos? ¿qué piensa que es una mujer? ¿cómo es una mujer?

Por mi parte, creo que si mi familia me configura de cierta forma, el colegio de otra, la Universidad de otra, mis amigos otra… y yo otra, mi cuerpo se siente conflictuado. Ya no sé qué cuerpo tengo… cuál debo tener.


Angie Rico

Carta Manuscrita (p. 1)

Carta Manuscrita (p. 2)

Karen Aristizábal, Carta a Angie Bernal

Carta Manuscrita

Angie Bernal, Carta a Karen Aristizábal

Bogotá, 28 de Febrero del 2017

Karen

Hola, me alegra leerla. Siento mucho entusiasmo y entrega en sus letras. Espero que su hacer docente sea así de constructivo, tanto en usted como en las personas a las que guie.

Yo no me siento satisfecha al pensarme de forma activa en los contextos. Tal vez sea pesimismo o quizá me parece tan problemática la realidad que me siento impotente, pues por más que entregue todo de mí, no será nunca suficiente.
Jamás…

A pesar de todo yo estudio y pienso en esta labor con todo el amor que se debe tener, tal vez más del necesario. Pero como le digo, me siento impotente por no poder abarcarlo todo, por no poder ayudar más, me siento limitada por esta condición de ser humano.

Ahora bien, comparto lo que dice sobre el ser filósofa o docente, no es muy diferente ya que ambas deben pensarse para poder construir. Pero eso me asusta también, porque para mí la labor docente es algo demasiado peligroso. Un maestro puede (tiene el poder) de construir y destruir personas. Muchas veces hacemos esto y no nos damos cuenta. Hacemos muchas cosas, muchas de esas son inconscientes y son apropiadas por los estudiantes. Por ejemplo, sin querer exigimos formas de ser y estar en el aula, esto se hace necesario para poder “dar la clase” con fluidez.

En este sentido, al pedirle a los estudiantes que actúen, piensen y hagan de cierta manera, los estamos moldeando a nuestro gusto. Esto me parece más problemático en la medida en que estas formas son apropiadas.

Por ejemplo. Cuando yo estaba en el colegio me regañaban mucho por la forma en que me sentaba – “así no se sienta una mujer”, para mí la forma de sentarse no tenía nada que ver con el género sino con mi comodidad, pero a los maestros y maestras esto les impedía dar la clase. Parece tonto, pero desde esas pequeñas acciones y palabras se construyen ideas, como en este caso la idea de ser mujer y cómo debe ser una mujer.

No culpo a mis profesores, a veces me pasa. Alguna vez tuve prácticas en un curso de primero, y yo caía en decirles a las niñas cómo sentarse. No porque crea que hay formas de ser “mujer” o “hombre”, sino porque sus compañeras(os) hacían comentarios violentos.

Claramente hablé primero con quienes hacían estos comentarios, pero parecía no importarles, seguían con eso. Después de un tiempo, me parecía más práctico hablar con ella: era más fácil que una persona entendiera que “hacer entender” a muchos.

Pensando en lo anterior, un ejemplo que no me da para mucho, creo que es complicado no caer en reproducir cosas, en ser violenta…

Me gustaría saber si esto la inquieta, a mí me molesta que en los colegios se eduque para ser hombre y mujer. Yo podría entrar a realizar otro tipo de prácticas, pero los estudiantes están inmersos en una sociedad que les enseña y ellos lo viven como si fuera algo natural.

Dígame, por favor ¿qué piensa?...

Angie Rico
Carta Manuscrita (p. 1)

Carta Manuscrita (p. 2)

Karen Aristizábal, Carta a Angie Bernal

Carta Manuscrita

Angie Bernal, Carta a Karen Aristizábal

Bogotá, 21 de febrero de 2017

Karen

En la primera carta que recibí de su parte me sentí un poco ajena a ella, parecía que cualquier persona podría ser el destinatario, sin embargo, me gustó leerla, escribe de forma fluida y poco técnica, cosa que valoro mucho.

Por otra parte, espero que en el próximo encuentro epistolar pueda empaparme un poco con lo que piensa, para que de esa manera yo pueda responderle algo o podamos tener un diálogo. Por ahora, le contaré un poco acerca de cómo fue mi camino para llegar a esta licenciatura. 

Desde que entré al jardín cuando era pequeña quise ser maestra y esto se dio porque yo odiaba el colegio y a los niños con los que TENÍA que relacionarme, era un ambiente hostil para alguien muy tímida como yo; la única forma de hacer mis días más tranquilos era concentrarme solo en mi profesora: ella era dulce y tierna con todos los niños, a pesar de lo “patanes” que pudieran ser muchos de ellos. La actitud de la maestra, esa forma de hacerme sentir tranquila me hizo desear ser maestra. Yo quería generar ese bienestar en otros niños.

En ese sentido, mi amor por la docencia tuvo que ver más con una “experiencia emocional” (por decirlo de alguna forma) y no porque no pude dedicarme a una “actividad sustantiva” como dice en una cita Roberto Follari citando a T. Adorno.

Este deseo de ser maestra nunca me abandonó, las que me abandonaron eran esas “actividades sustantivas”, pues yo no decidía en qué materia quería profundizar, de hecho, a lo largo de los años eso no me importó mucho, ser docente de matemáticas, biología o de sociales era lo de menos.

Sin embargo, ya se acercaba el momento de enfrentarme a un encuentro en donde yo iba a ser maestra (por estudiar en una Escuela Normal me enfrenté a esto a una corta edad) era muy difícil en un principio porque yo no estaba formada para eso… de hecho no estaba formada en nada ni para nada.

De forma paralela yo debía responder por las asignaturas comunes y con el sentimiento de haber perdido a mi mamá. Menciono esto último porque fue relevante en mi decisión. 

En un principio la pérdida de mi madre no parecía ocasionar sentimiento alguno en mí... ahora sé que estaba en “shock”, parecía que no sintiera nada y por eso estuve bien unas semanas, podía lidiar con mi estudio sin problemas. 

Sin embargo, la clase de Filosofía y en especial la forma de dar clase de la maestra empezó a penetrar esa “coraza” de “insensibilidad” que tenía y fue por esa clase y esa maestra que comencé a preguntarme por la muerte. Volvió a mí esa “experiencia emocional” en donde la profesora me rescata de algún tipo de muerte. Fue allí donde lo decidí, en donde elegí ser docente de Filosofía. 

A pesar de mi decisión yo seguí por un enfoque más pedagógico y no fui cuidadosa como usted en formarme en las letras, en formarme en política o cultivarme en esos saberes, aun así todo mi trabajo me llevaba a lo mismo. Tuve un proyecto de investigación con niños de educación especial y este consistía en pensar ¿qué es el cuerpo? Pero específicamente ¿qué significa ser cuerpo en la escuela? ¿qué es ser cuerpo en educación especial?

Sin duda, todos mis referentes eran filósofas y filósofos, y con ayuda de sus obras pude sacar adelante la investigación, cosa que fue muy criticada por el desconocimiento de su contenido… pero me sentí muy bien con ella.

Ya para finalizar, me hubiese gustado saber si ese deseo de estudiar esta licenciatura se calmó después de haber sido aceptada ¿cumplió con sus expectativas? ¿le gusta la carrera? ¿cree que hay mucha diferencia entre estudiar lic. en Filosofía y ser filósofa? ¿hay algo que la asuste de esta carrera?

Por mi parte con respecto a esta última pregunta, diría que me asusta desanimarme por el poco valor que se le da al maestro y me da miedo que esto repercuta en la forma de dar las clases… en mi calidad.

Menciono esto partiendo de una cita de un texto de Katherine Esponda donde dice que “la educación no mejora, mientras la condición de los docentes sea fuertemente carenciada” pues las condiciones que me den influyen mucho en mi tranquilidad y estabilidad y esta influye en la forma de acceder al aula…

A pesar de estar tan segura de esta carrera, tengo mucho miedo de lo que yo pueda hacer con ella, tengo el poder de construir … pero también de destruir sujetos.

¿no le da miedo? 

Angie Bernal

Carta Manuscrita (p. 1)

Carta Mnuscrita (p. 2)

Karen Aristizábal, Carta a Angie Bernal

Carta Manuscrita 

sábado, 29 de abril de 2017

Nixon Congutá, Carta a Andrés Atehortúa


En algún lugar, jueves 6 de abril de 2017.

Estimado Compañero Andrés.

Hola, ¿cómo le va?

Lo primero que quiero decir aquí es que me parece bastante raro el encabezado de la carta que recibí. Esta tiene un encabezado como cualquier trabajo escrito para presentar en la academia, tiene un código de estudiante y un lugar que es la Universidad Pedagógica Nacional. ¿Para que querría yo esa información? Esa información, siento, me sitúa en la posición de un evaluador, que debe calificar este ejercicio de correspondencia y poner una nota valorativa de la carta en la casilla donde está el código del estudiante. Desde luego pienso que eso no me concierne y que no es el producto o la intención de esta correspondencia. Quizás estamos muy acostumbrados a escribir para la academia (ensayos, parciales, ponencias propuestas etc.) y lo que hacemos es redactar mecánicamente un encabezado en el que lo que no puede faltar nuestro código y nombre. No creo que aceptemos que nuestro nombre pueda ser resumido a un simple código, pero entendemos que es más práctico.

Estoy de acuerdo en que la tecnología acelera la entrega de una carta, y que lo que usted denomina «añoranza y expectativa» son cualidades propias de la práctica epistolar que se están perdiendo. La aparición del correo electrónico y el chat de las redes sociales son los medios que remplazan la escritura de cartas y afectan la comunicación por medio del uso de los emoticones y las notas de voz. Hoy podemos escribir desde cualquier lugar y a cualquier hora simplemente con tener un aparato electrónico en la mano. A partir del uso de la tecnología la escritura pierde, no en todos los casos, el ritual que es escribir una carta: la atención, el tiempo, la situación, el lugar..., son sustituidos por un click... Hoy lo que nos avisa que tenemos correspondencia son las alarmas del celular: un simple sonido de notificación remplazó la carta debajo de la puerta o dentro del buzón. La comunicación es más simultánea, por ejemplo: hola, ¿cómo estás? ¿qué hiciste hoy? ¿dónde estarás mañana? No desarrollamos por medio de chat una situación muy detallada de lo que nos ocurrió en la mañana o de cómo nos sentimos por nuestra situación actual, sino que el chat enfrenta una escritura menos personal e inmediata: acabé de llegar del trabajo, estoy escuchando música Además, la escritura por correo electrónico o por chat son remplazadas por la llamada telefónica o la video-comunicación: quien tiene prisa por comunicarse a la distancia prefiere escuchar una voz u observar un rostro a través de unos parlantes (o audífonos) y una pantalla. Con todo esto, no sentimos que el chat o el correo electrónico sean la práctica epistolar actual, sino que la escritura de cartas está en el olvido gracias a la inmediatez de la tecnología.

Ahora bien, otro asunto que quiero tratar es que la carta es un intento por remedar las relaciones personales. Nora Esperanza Bouvet lo menciona en su libro La escritura epistolar, para ella la escritura de cartas pertenece al campo de las relaciones escritas y su modo de ser no es otro que el de romper con la distancia de una relación personal. No creo que una carta sea un intento por remedar tal cual una relación personal, pues en esta se hacen más detalladas las descripciones, las confesiones, la sinceridad y otras más, mientras que en una relación cara a cara no se mencionan muchas veces sentimientos por vergüenza o porque no es el momento. La carta rompe con la timidez, y estoy seguro que muchos escriben con ese fin. Pero hasta ahora dejaré ese tema abierto esperando que construyamos una reflexión acerca de este tema.

Hasta luego.

Quedo pendiente a una respuesta,

Nixon

Andrés Atehortúa, Carta a Nixon Congutá


Hola, cordial saludo. Es inevitable no sentir una serie choques emocionales durante la redacción de una carta: esperanza, ilusión, ansiedad, miedo o tranquilidad, son solo una porción de los estados anímicos que pueden bautizarse cuando estamos enfrentados directamente a nuestro sentir. De hecho, hoy más que nunca, nuestra actualidad se revela en nosotros mismos como una cárcel que ha limitado más que en otro momento una buena comunicación. La tecnología ha mejorado la velocidad de envío y respuesta. La añoranza y la expectativa que había al enviar una carta a causa de las distancias oceánicas y las largas cadenas de montañas que se debían cruzar para que el mensaje llegara a su destinatario, son recuerdos y problemas de antaño envueltos en una nostalgia romántica que para muchos, como es mi caso, no debería acabarse.

En el imaginario de muchas personas todavía habita la creencia del bienestar que ha traído la tecnología para cada esfera de la vida. Y efectivamente esa mejora es algo que no se puede negar. Sin embargo ¿a costa de qué ha llegado ese mejoramiento? Como lo dije, la velocidad ha menguado la larga espera de una respuesta, pero por desgracia esa disminución en el tiempo de espera, creo, ha producido un alejamiento con nuestro propio sentir. Antes la espera, si bien generaba una impaciencia difícil de soportar, también creaba un espacio que permitía una mayor reflexión de quienes establecían correspondencia, pues quienes esperaban, tanto el remitente como el destinatario, al no tener respuesta contaban con mayor tiempo para hallar las palabras adecuadas producto de un encuentro más íntimo con su propio sentir y así, la carta cuando llegaba a su destino era la ventana más amplia y luminosa al acontecer del otro.

Entonces no debe de extrañarnos sentir dificultad para expresar lo que sentimos e iniciar una conversación con otra persona, eso es normal, casi como un principio de conservación. Nadie, o por lo menos alguien prudente, le abriría la puerta de su casa y le haría un recorrido por ella a un desconocido. Así sucede al escribir una carta en donde se exploren temas distintos a asuntos burocráticos. No debemos olvidar que en el tiempo se allanan los caminos, y de esa forma, solo con el tiempo es posible habilitar un recorrido hacia la confianza en el otro y en uno mismo. El compartir poco a poco va tejiendo los hilos de la confianza y la muy escasa verdadera amistad. Y los temores de interpelarnos solo son superados lanzándose, y ese es otro hecho que vale la pena considerar frente al presente. La sociedad actual nos impone modelos que van atrofiando nuestra autenticidad, esto hace que como esponjas absorbamos esos ideales ajenos como si fueran nuestros y aquellos frutos propios, quizá dignos de celebración y de banquete, los dejamos descomponer en la alacena donde guardamos todo lo que es contaminado por el “qué dirán o qué pensarán” Como consecuencia, vivimos tratando de alcanzar algo que nunca tendremos o seremos y la abundancia que ya teníamos se muere lentamente aplastada por el “ideal” de escritor, de filósofo y de persona interesante.

Esto lo menciono con el propósito de hacer ver que en la carta hay un ejercicio de libertad y de descubrimiento que quizá en pocos años se transforme en algo completamente distinto y como ya parece vislumbrarse en algunos puntos de la sociedad: conversaciones sin palabras, endebles como el frágil hielo de un lago congelado, donde el otro se muestra tan artificial y camaleónico que en realidad no parece que exista comunicación con una sola persona. Por ese hecho creo que este espacio, que si bien está dentro del currículo de la Licenciatura, debe verse más allá de los valores cuantitativos que representa, como una nota, y debe convertirse en algo profundamente cualitativo, sobre todo porque aparece como una oportunidad para enriquecernos como seres humanos sintientes dueños de nuestro propio microcosmos. Por lo pronto, dejo hasta aquí mis comentarios motivados por tu carta. Quedando atento a una futura correspondencia, me despido. Chaop.

Nixon Congutá, Carta a Andrés Atehortúa


Estimado compañero:

Quisiera invitarlo a sostener una conversación de nuestras percepciones acerca de la escritura epistolar. Este ejercicio es especial puesto que es una conversación sobre la escritura epistolar dentro de la práctica epistolar, lo que muestra que el ejercicio de escribir una carta aborda infinidad de temas. Sin embargo, aunque el tema con el que empiezo esta carta lo sabía de antemano, ha sido bastante complicado pensar cómo iniciar esta conversación. Escribo esta carta porque el curso al que asistimos lo requiere, de lo contrario, seguramente no la escribiría. He sacado un tiempo antes de escribir esta carta para empezar a pensar qué escribir en esta, pero las oraciones que pensé en escribir no son las que aquí escribo: las oraciones que escribo aquí dependen del acto mismo de escribir una carta y no de la premeditación de lo que pensaba escribir. Me gustaría escribir esta carta a puño y letra, pero no lo hago porque tengo afán de que llegue a usted lo más rápido posible y me parece que el medio más efectivo es el de adjuntar este archivo en un correo electrónico.

Quiero contarle que hace tiempo escribí cartas, pero no las entregué por cobardía, desilusión o qué se yo. Con este ejercicio contaría algo que no podría decir personalmente, se trataba de algo así como una carta para dejar las cosas como estaban y alejarme sin hacer daño, por lo menos eso pensaba yo. No profundizaré mucho en lo que escribí en esas cartas, ni a quien las escribía, a lo que quiero ir es que la escritura de cartas es, podría decirlo, liberadora y que en mi caso no tuvo que ser entregada a un destinatario para comprobar que por el simple ejercicio de escribir una carta me sentiría más liviano. Conservo esa carta y recuerdo que había hecho una copia porque pensaba que los pensamientos que escribía en esas cartas me pertenecían y que debía consultarlos para sacar conclusiones. Finalmente, he leído sólo un par de líneas pues no soy capaz de soportar el peso de la carta completa y cada vez que la veo o recuerdo que escribí en ella pienso qué habría podido suceder en caso de haberla entregado a su destinatario. Además, he pensado en entregarla después de mucho tiempo, pero no lo hago porque creo que este hecho ya fue superado.

No soy muy conversador, por lo menos con las personas con las que aún no tengo confianza, tiendo a comentar cosas que en las conversaciones personales apenas toco por el chat de alguna red social o alguna vez por mensaje de texto u otros medios. No creo que el contenido de una carta pueda ser escrito en una pequeña ventana de chat, pero creo que una buena conversación por chat es un ejemplo del mensaje que podría escribirse en una carta. A lo que voy es que una carta no tiende simplemente a romper con la distancia, sino que una carta puede complementar las relaciones personales haciéndoles más diversas y permitiendo que no se limiten a una simple relación personal o escrita.

Hasta ahora soy yo el que ha empezado este ejercicio de correspondencia y no sé si está siendo aburrido leer esta carta. Me gustaría que me comentara sus preocupaciones respecto a la escritura epistolar y a ampliar uno de los distintos temas que le comento en esta carta. No hago más extensa esta carta porque siento que puede ser tedioso leer estos relatos y para mí también es complicado escribir acerca de diferentes temas sin tener una respuesta. Por ahora espero una respuesta para empezar a construir una relación escrita.

En cualquier lugar del mundo

Marzo de 2017

Nixon

Steveen Durán, Carta a Ángela Bohórquez


Bogotá Abril 8 de 2017.

Querida Ángela disculpa mi tardanza.

Espero que te encuentres bien. Perdón por responder hasta este momento, pero la verdad el tema de discusión que me propones es un poco complejo, además tenía muchas dudas que tenía que esclarecer.

Lo que pienso sobre el problema de la enseñanza de la filosofía desde la historia es lo siguiente:

En primera medida considero que el estudio de la filosofía y, por ende, su enseñanza desde una perspectiva netamente historia resulta problemático, en la medida en que se excluyen varias formas de pensamiento, porque hace énfasis en la reproducción memorística de un discurso universal occidental.

Lo que quiero decir con lo anterior, es que la historia en sí misma no es problemática; lo problemático es la forma como se cuenta, quién la cuenta y desde dónde la cuenta. La filosofía en nuestro país, contada y expuesta desde la historia, solo ha tenido en cuenta el discurso occidental. En Colombia, por ejemplo, en un inicio la enseñanza de la filosofía en las instituciones educativas se limitaba a un grupo selecto y pequeño de grandes pensadores: Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás etc... Luego más adelante cuando muchos estudiantes tuvieron la oportunidad de salir al exterior a continuar con sus estudios de posgrado en otras universidades del mundo se enfocaron en los países de Alemania, Francia, y España. Lo que muestra una tendencia por occidentalizar el pensamiento filosófico en nuestro territorio. Este fenómeno por querer ser o en su defecto parecernos a los occidentales emerge según varios pensadores latinoamericanos del sentimiento de inferioridad. La inferioridad que determina depender de otro y, por lo tanto, el dominio de este sobre nosotros. Un dominio que se extiende en todos los ámbitos, económico, político, cultural, científico. De modo que su influencia es tan radical que penetra las formas de pensar del pueblo y por ende de los académicos.

Lo anterior provoca una conducta que se enmarca en el ser dominado, al oprimido solo le queda repetir, imitar y aceptar las formas de dominio que el otro le impone. Lo que impide que el dominado descubra unas formas de pensar y actuar diferentes, es decir, que le sean propias a él.

Tal vez, si contáramos una historia que incluya la voz de los dominados, sus formas de pensamiento tan diferentes a las occidentales. Cambiaría un poco el asunto y es en ese sentido que veo necesario hacer uso de otras disciplinas como la antropología, la arqueología, la etnografía, para cambiar el rumbo de la historia, una historia que incluya otros discursos y formas de pensamiento. Otro modo que se me ocurre que podría emplearse en la enseñanza de la filosofía es recurrir al arte. El arte como una manifestación que surge de la necesidad de crear algo propio. En fin, considero que pueden utilizar otras disciplinas para la enseñanza de la filosofía que rompan con la linealidad de la historia hegemónica universal occidental.

Para poder romper con la historia universal como único método de la enseñanza de la filosofía, es necesario pensar y reflexionar en la posibilidad de una enseñanza de la historia filosófica que sea intempestiva y circunstancial. Está claro que se necesita de la historia para aprender los conceptos y los personajes más importantes de la misma. Sin embargo, el ejercicio de la filosofía y su enseñanza no se puede reducir a esto. Debido a que el ejercicio filosófico pretende desarrollar y estimular en el hombre la capacidad de pensar y encontrar problemas, problemas que le son propios y no ajenos. En ese sentido la filosofía debe abrir las puertas a la curiosidad y a su necesidad de la pregunta. Estimular la capacidad de preguntarse, alimentar la curiosidad por medio de preguntas, explorar diferentes formas de pensar al momento de enfrentarse a los problemas que surgen en una determinada circunstancia son algunas cosas fundamentales que debería tener en cuenta el profesor de filosofía en la enseñanza de la misma, más que conocer su propia historia.

Ahora bien apartándome un poco de lo anterior, en esta parte te expondré lo que pienso de la profesionalización de la filosofía.

Lo que encuentro más problemático en la profesionalización de la filosofía es la vinculación del docente con la institución y los intereses privados de esta. Ya que cuando la filosofía se profesionaliza entra en un ambiente de demanda y oferta, donde se compite por medio de una medición cuantitativa y cualitativa y se da una caracterización del docente que nada tiene que ver con su modo de ser. De esa manera se ejerce una imposición que obliga al profesor a seguir un currículo determinado, a cumplir unas normas con las que muchas veces se ve en desacuerdo y a realizar una actividad y ejercicio de la docencia parametrizados.

Es por ello que veo problemática la profesionalización, porque la institución subordina al docente, lo somete a una serie de normatividades que restringen su quehacer. Mutilan y castran la capacidad de creatividad, pues el maestro, en muchas ocasiones, o el profesional en filosofía se ve impedido a participar de las decisiones que se toman en las instituciones.

Bien, mi querida amiga, esto es todo lo que te puedo decir. Tal vez, fui muy crítico pero la verdad son temas con los que tengo demasiado conflicto. Me agrada mucho la idea de poder compartir mis formas de pensar contigo. Gracias por tu tiempo y atención, son muy valiosas para mí.

Un abrazo y que estés muy bien.

Ángela Bohórquez, Carta a Steveen Duran

Carta Manuscrita (p. 1)


Carta Manuscrita (p. 2)

Carta Manuscrita (p. 3)

jueves, 27 de abril de 2017

Steveen Durán, Carta a Angela Bohórquez

Bogotá, 15 de marzo de 2017.


Hola querida compañera.

Recibe de parte mía un cordial saludo. Espero que te encuentres bien.

En primera instancia, quiero agradecerte por haber compartido conmigo tu experiencia de vida, en particular, lo que te movió y te llevó hasta la filosofía.

Déjame decirte que al leer tu conmovedora historia se despertaron en mí los sentimientos de tristeza y esperanza. Por lo ocurrido, solo déjame decirte que la tragedia esta latente en nuestra vida y es una condición de la vida misma. Es ella quien mueve al hombre en la vida pues, la da cuando nace y la quita cuando muere; no es gratuito cuando Nietzsche en uno de sus tantos aforismos dice: “lo que no te mata, te hace mas fuerte”.

Admiro de buena manera el valor y la fortaleza con la que afrontaste y superaste la enfermedad y que, producto de esta circunstancia, surgiera en ti un el gusto por la filosofía.

Tal vez como herramienta o modo de vida, la filosofía despertó en ti tal interés que sirvió como medicina en el estado tan grave que te encontrabas.

Nietzsche habla de la filosofía como terapia y propone una transformación del filósofo (al que ejerce la terapia) a médico. La imagen del filósofo como médico lleva a que la labor del filósofo sea encontrar y diagnosticar la enfermedades y problemas de la cultura.

Creo que el modo como afrontaste la situación del problema con tu enfermedad fue muy nietzscheana. Aunque tú no lo supieras. En el sentido de servirse de la filosofía como una forma terapia que, por medio de la lectura de libros, y las ideas que surgían, como producto de estas lecturas, provocaron en ti, fuerzas reactivas que influyeron en tu voluntad y carácter para afrontar la enfermedad y que posteriormente se manifestaron en una fuerza activa con el alivio de la curación.

Ahora bien apartándome un poco de este tema quiero contarte mi experiencia personal, respecto al modo en que me acerqué y conocí la filosofía.

En el año 2011 me encontraba estudiando diseño tecnológico en la Universidad Pedagógica Nacional, cursaba IV semestre. En aquella época conocí a un profesor filósofo, antropólogo, arqueólogo, licenciado en ciencias sociales, a decir verdad, una persona bastante preparada. Su nombre es Carlos Augusto Rodríguez. El profesor Carlos estaba encargado del seminario de pedagogía y conocimiento. Traigo a colación a este personaje porque él cambio mi vida en ese momento aunque él no lo sepa. Sus clases eran fantásticas, muy entretenidas, bastante interesantes, y muchas veces demasiado sarcásticas. Generaban en mi un descontento y una intranquilidad que se traducía en un sentimiento de angustia frente al mundo. Por primera vez, me sentía preocupado y comprometido con la vida y con el mundo, generó en mí la curiosidad que, hasta entonces, se ocultaba bajo el manto de las verdades y creencias, que había construido en la escuela. También despertaba una intriga insaciable, me perturbaba hasta el punto que me daba insatisfacción consigo mismo por lo poco que sabia del mundo y de la vida que me dejaba perturbado por varios días hasta el punto de solo leer para su clase.

A medida que avanzaba el curso ya pasaban las semanas, sentía que estaba en crisis. Además, porque para ese entonces tenía un problema personal que me causó mucho daño y cambió mi vida por completo. Estaba ante mi primera decepción amorosa, ya que había terminado con la mujer de la que me enamoré por primera vez. Ella estaba distante, lejos de mí, se había ido para otro país y me causaba un dolor tan inmenso que yo estaba destrozado, confundido y en crisis. Sin embargo, las clases del profesor Carlos me motivaron de tal manera que se encendió en mí algo que estaba dormido: la curiosidad y el deseo por el conocimiento. Las ansias de saber estaban reviviendo en mí y me sentía temeroso de ello.

Aparte de lo que sentía y reproducían las clases de este maravilloso profesor, se me hace necesario contarte y hablar de los libros que leíamos, recuerdo varios: Educación para la emancipación de Theodore Adorno, los ensayos del maestro Rafael Gutiérrez Girardot sobre la crisis universitaria y las Meditaciones Metafísicas de Descartes. Todos estos textos me inquietaron tanto que comencé asistir junto con un compañero a otros seminarios dictados por el mismo profesor. La asistencia a estos seminarios me dejaba cada vez más sorprendido, pues tocábamos temas tan interesantes que jamás se me había ocurrido pensar. Aquí conocí a Hegel y la Fenomenología del espíritu, a Descartes en su faceta científica con el Discurso del método, a Sigmund Freud y el Malestar de la cultura, y por ultimo un libro bellísimo titulado Sexualidad, Matrimonio y Familia en Bogotá, por la editorial siglo XIX, de cuyo autor no recuerdo el nombre.

Este amplio contenido bibliográfico inspiró y animó en mí una pasión por la lectura y los temas filosóficos. El profesor en sus clases siempre nos repetía que debíamos estudiar lo que nos apasionaba, no lo que nos tocaba o en su defecto a lo que mandaran nuestros padres. Esta frase tan cierta, me llevó a decidir cambiar de camino y tomar un nuevo rumbo, me cambié de carrera al siguiente año. Porque no me sentía a gusto con lo que estaba estudiando, ya que sentía un desencanto por las materias de mi carrera y una atracción por la filosofía.

Finalmente, hablé con mi madre, le conté lo que sentía, le hice saber de la decisión que había tomado. En principio se decepcionó pero al final accedió y estuvo de acuerdo, me brindó su apoyo, que es tan incondicional para mí. Sin ella no hubiera podido lograrlo.

Y en fin, querida compañera, esta fue mi experiencia personal traté de contártela lo más resumida posible, aunque he omitido muchas cosas que influenciaron en mí, hacia la pasión que siento por la filosofía, traté de contarte lo más importante y lo que movió dentro de mi algo que me llevó a actuar. Espero que no haya sido tediosa y aburrida, de igual modo, que hubiera resuelto la respuesta a tu pregunta.

Un abrazo y muchas gracias por compartir tus experiencias y parte de tu tiempo conmigo.


Adiós y muchos éxitos.

Angela Bohórquez, Carta a Steveen Duran

Querido Steven:

La filosofía ha sido icono de la curiosidad en el ser humano y su estudio abarca ampliamente innumerables áreas del saber. Tú y yo no hemos sido ajenos a ella y hemos querido estudiar ese saber.

No obstante, este gusto, poco común, podría decirse, comienza en diferentes épocas en cada individuo, o por diversas situaciones en la vida del mismo. En mi caso, la filosofía llegó a mí en la escolaridad, el gusto por la historia y la mitología griega comenzó a crear el deseo de comprender y aprender más. Pero fue tiempo después que comencé a estudiarla. Un tiempo en el que mi estado de salud no era bueno y esperaba no muy buenas noticias, pero no fue así, lo malo se disipó y vi en ello otra oportunidad de ver la vida a mi completo gusto, de dejarme a llevar por lo que quería sin ninguna responsabilidad sobre mí.

Entre todo lo que me propuse hacer, estaba estudiar filosofía, algo que llevaba tiempo aplazando y que por innumerables motivos no había podido llevar a cabo.

Lo decidí, y en pocos meses estaba estudiando esta querida carrera, y qué mejor que licenciatura, el arte de la enseñanza.

Mi experiencia hasta el momento ha sido muy grata, no hay comparación en estudiar lo que realmente se quiere y sin pensar, dejarse llevar por los gustos, por las pasiones como lo es el aprendizaje.

Apreciado Steven, te cuento mi experiencia filosófica, me encantaría conocer la tuya.

Con cariño,
Angela Bohórquez.

martes, 25 de abril de 2017

Diana Acevedo, Carta a Yesica Cortés

La soledad, Bogotá, 18 de abril de 2017

Querida Yesica:

Ha pasado tiempo desde nuestra última carta. El azar del correo refundió lo que tu escribiste y yo me quedé esperando recibirla en casa. Lamento que no haya funcionado porque resultaba bello pensar en la carta que viaja por el espacio, que pasa por manos extrañas y atraviesa la ciudad hasta llegar a su destino.

Me ha sorprendido gratamente encontrar que la correspondencia incorpora a la vida, como un hábito. Ya extrañaba sentarme a leer tus cartas, rumiarlas y arriesgar respuestas, reflexionar qué compartir en este espacio, cómo hacerlo más poderoso filosófica y vitalmente.

Recibo por primera vez una carta manuscrita. Es muy expresiva y comparto contigo esa sensación de sorpresa, ante los trazos, los ritmos. La sospecha del tiempo y el trabajo corporal invertido o que tomó escribirla (…). Como recibí dos cartas, no puedo sino leer una a través de la otra. Dado que me gustó tu primera carta, me sorprendió encontrar que a ti no te gustó. Algo similar me sucedió con la primera carta a mano que escribí. Tomé la decisión de no hacer un borrador. Tampoco tenía un esquema sobre lo que te iba a decir, quise hacer un ejercicio espontáneo de escritura. Creo que aunque uno podría planear una respuesta, las cartas tienen o es deseable que tengan algo de espontáneas. Te cuento que llevo un tiempo escribiendo a mano y he descubierto que es cuestión de costumbre. Con el computador nos acostumbramos a escribir y borrar muy fácil, y al principio el cambio de dinámica cuesta.

Me alegra mucho la historia que me cuentas sobre escribir a mano el capítulo de tu tesis. Como te contaba, yo misma lo he estado haciendo. Hay una suerte de desface entre la velocidad del pensamiento y la velocidad de la mano. Tengo la impresión de que esto nos obliga a pensar más lento; lo cual es notable en un mundo que va tan vertiginosamente rápido.

¡Qué buena selección musical te acompañaba el otro día! Efectivamente muy nostálgica. Es bello dejar impreso algo del momento en que se escribe en la carta. Me gusta la manera en que lo dices: hacer “menos estrecho el espacio de escribir”. A mí me gusta mucho pensar la escritura como un espacio: como los espacios, o mejor los lugares, que habitamos cotidianamente están llenos de vida, de multiplicidad, de variación, así mismo puede estar la escritura como un lugar para habitar. Nuestro objetivo es que el pensamiento filosófico habite allí desde la propia vida, desde la vida de cada una.

Ayer me sucedió que estaba muy triste. Como una forma de resistencia a la inercia de la tristeza me senté a leer tu carta. Me animó hartísimo. De algún modo me conectó con la sensación de que vale la pena aportar a la filosofía y jugar un poco con ella. Retomé la escritura a mano, que llevaba suspendida un tiempo y fue muy refrescante. Esta mañana me levanté temprano a responderte con ganas de darte las gracias por esto.

Hablemos de qué es una práctica de libertad. Sobre todo ahora que regresas del Meta. Hablemos de a quién le habla ese discurso de la libertad. Me interesa mucho oír tu experiencia. Yo me he aproximado a esa “otra cara de la guerra” por un par de proyectos; el cambio en la mirada para mí ha sido radical. Tiene que ver con cómo entendemos nuestra historia, desde dónde la leemos y cómo ello nos permite interpretar nuestro presente; tiene que ver muy especialmente con qué (…) esa historia y cómo nos inventamos nosotras mismas en ella. La historia nos la han contado los vencedores, aquellos en el poder. Es nuestra tarea no quedarnos con esa noción de lo que somos o lo que hemos sido. Mi sospecha es que el discurso de la libertad del que estábamos discutiendo pertenece a los vencedores, a los colonizadores… habría que conversarlo. Te lo digo porque he encontrado que muchas veces, del otro lado, el registro del discurso es distinto. Por ejemplo, el énfasis no está en la libertad de un individuo que en general se presenta como neutro, aunque sospecho que es masculino y blanco, sino quizás en lo que se comparte, lo que se teje juntos: no nos preocupa tanto ser libres, sino poder construir mundos posibles desde lo colectivo. Como verás mi preocupación es que el afán de la libertad es sobre todo individual, y ello implica la mayoría de las veces comprometerse con una metafísica de individuos. Tengo la sospecha de que hablar de individuos situados, con historia, género, clase… etc. está destinado al fracaso o al (…) porque la noción misma de lo individual viene cargada. Soy muy escéptica sobre la posibilidad de mantener ese concepto sin compromisos indeseables.

Habría mucho que decir. Por ahora, creo que esa experiencia que tuviste te ayudará mucho a la hora de buscar formas de hacer filosofía desde aquí donde vivimos, desde quiénes somos y la historia que cargamos. Esto quizás sea una manera de inventarnos nuevos presentes y de ampliar los horizontes de una práctica filosófica anquilosada, ajena y colonial. Son muchas las preguntas porque se trata de cuestionar las formas tradicionales de hacer filosofía vinculadas a formas tradicionales de escritura filosófica. Al mismo tiempo sentar las bases para proponer nuevas versiones de nuestras prácticas, y nuestras maneras de entender la enseñanza de la filosofía (…). Si a todo lo demás le agregas que se trata de una búsqueda personal y vital de sentido te das cuenta de pronto que tenemos muchas cosas importantes en juego. Sea esta una razón para seguir.

Hay mucho que pensar, además, porque nada surge en el vacío (…). La implementación de los acuerdos vendrá con muy fuertes oleadas de violencia. Porque los espacios de poder siguen en pugna. Esta misma semana un grupo de la Universidad Nacional no pudo viajar a San José del Guaviare por esas razones. Tenemos que estar preparadas, en la medida en que esto es posible, para no perder la esperanza y seguir apostándole a que hay más versiones de nuestra historia que deben ser escuchadas: a las que debemos atender. Finalmente, en los países del sur, como el nuestro, está todo por hacer, somos tierras que miran hacia el futuro, en contraste con aquellas tierras viejas y anquilosadas.

Espero tengas una bella semana.

Me despido afectuosamente,


Diana
Carta Manuscrita (p. 1)

Carta manuscrita (p. 2)

Yesica Cortés, Carta a Diana Acevedo

Bogotá, 16 de abril de 2017


Querida profesora

Esta carta es como un bonus o algo así debido a que nuestra correspondencia se perdió en los azarares de la empresa de correos. Intentaré ser concreta, ya que van dos cartas en una, pero la verdad tenía muchas ganas de escribirte.

Primero quisiera comentarte que leyendo y pasando la carta anterior no me gusto como quedo. Creo que quedo mal escrita, repito palabras, siento que al escribirla a mano no me percaté de muchas cosas. Ahora me doy cuenta que soy muy quisquillosa al momento de escribir. Cuando escribí el capítulo de mi tesis a mano, me sentí realmente bien, pero con la carta paso algo diferente. Creo que tengo momentos y modos de escribir para cada situación y persona. Intentaré descifrar que fue lo que paso. Me parece importante que lo sepas. Tal vez no me gusto hacer borrador de la carta, porque eso lo quita el brillo de la espontaneidad. Bueno, hubo muchas cosas que revise de cómo me gusta escribir y quizás por eso no me gusto como quedo la carta, de igual modo te la entrego tal cual a como había quedado la que se perdió.

Profe, recién llego a Bogotá, estaba en Mesetas, Meta en un voluntariado de paz. Este espacio me hizo pensar y sentir muchas cosas. Me hizo pensar que hay mucho que hacer y trabajar. Me extendería mucho escribiéndote todo lo que paso, espero que podamos hacer esto en otro espacio, sin embargo, si quiero comentarte algunas cosas. Me encontraba en una de las zonas veredales de transición y normalización de las FARC-EP, las ZTVN. Profe vivir esta experiencia fue algo increíble. Aunque sabemos que los medios de comunicación mienten, no sabemos hasta qué punto son capaces de manipular la “verdad”. En este lugar me encontré con la otra cara de la guerra. Me encontré con el campesino comprometido con una lucha. Me encontré con una posición de la mujer totalmente diferente a la que estamos acostumbrados a ver. Me tope de frente con seres humanos que tienen una formación autodidacta, que se levantan a las tres de la mañana para estudiar medicina, algunos para ir a los talleres de danza, algunos otros para hacer guardia y otros para hacer la comida de todas las columnas. Me encontré con muchas cosas. Hicimos un ejercicio de correspondencias, ellos nos dieron una carta y nosotros teníamos que darles una. Fue un momento de mucha emotividad. Me gustaría compartirles en el seminario la carta que recibí y contarles como fue ese momento. Hay muchas cosas que te quiero contar, porque pienso que esos espacios de paz nos los tenemos que pensar en el aula, en los espacios académicos, en nuestra cotidianidad.

Bueno profe, sin ánimo de robarte más tiempo, solo quería comentarte esto por encima, con todos los ánimos de que nos podamos reunir y acabarte de narrar mi experiencia en este espacio.

Un abrazo.

Yesica Cortés

lunes, 24 de abril de 2017

Natalia González, Carta a Rigoberto


Bogotá, 6 de abril de 2017

Compañero Rigoberto,

Espero que se encuentre bien, dentro de lo que es posible estarlo. Recuerdo que en su ponencia decía que el escribir una carta implica un compromiso con el corresponsal. En mi vida he escrito de muchas maneras, con diversos ánimos y con intenciones variadas. Incluso cuando no le tengo estima o respeto alguno a quien le escribo, intento ser lo más clara posible. Por esa razón leo y releo lo que escribo antes de enviarlo al destinatario. Con clara no creo que me refiera a que tenga una serie de afirmaciones Verdaderas, universales, cristalinas. No creo que yo tenga la intención de demostrar lo que es definitiva y necesariamente. Le voy a mostrar algo que escribí hace poco:

“Hoy me encontré con Bogotá, con ella, señalable y mujer. La ciudad, bella, asesina, desgarradora, hoy fría y lluviosa, como debe ser, con unos cerros bien nublados que de a poco se van dejando ver. Hoy fue hermosa, completa, y me ha dado este regalo.
Salí de mi casa con un objetivo claro: iba a visitar la ciudad y a robarle algunas imágenes. Me voy al centro porque el ruido, los neones, las bombillas –y qué sé yo qué más– me encandelillan, me despiertan, más bien, me revuelcan, me estrellan contra los cerros, y estos me cargan de algún extraño sentido. No sé, qué sé yo, palabrería. En fin, la historia: bajé a la séptima y justo frente al Edificio Colseguros veo a una mujer, me deja maravillada. No fue una atracción sexual, erótica, tampoco intelectual o sentimental. Fue una atracción a la que no puedo poder nombre sino señalar con una analogía, que quizá tampoco sirva para transmitir lo que ocurrió. Es como cuando los cerros te atraen, te atrapan, y te quedas maravillada viéndolos, te botan, te lanzan, te disparan fuerza, nada más que FUERZA, te maravillan por una razón a la que, por lo menos yo, no puedo poder las palabras correctas. Era una mujer, una mujer trans, siempre me han parecido hermosas, valientes, guerreras, seguras; cuando pienso en una, pienso en una gran carcajada a la vida. Estaba toda de negro, parecía buscar a alguien, a alguien que jamás volverá. Tenía además un chal, y con él se estaba tapando parte del rostro, parecía una mamá esperando con preocupación, en medio de la noche, a su hijo. Hacía mucho frío hoy. La dejé pasar, fueron cinco segundos. No saqué la cámara. Es más fuerte en mí el vivir con y a Bogotá que el robarle imágenes y grabaciones. Me puedo parar diez minutos frente a un edificio por la octava con tercera a simplemente mirar, y pienso, esta sería severa foto, pero sigo, sin robarle esa imagen a la ciudad. Creo que ella a veces me da permiso de fotografiarla y a veces no. Al regresar de nuevo a mi casa y empezar a revisar lo que había recogido, pasé unas tres veces sobre las fotos y videos sin darme cuenta. Ya tenía mucho sueño, en la cuarta vuelta me detengo en la imagen. Era ella, ya no frente al edificio Colseguros, sino frente al costado de la Iglesia de San Francisco, cubriendo parte de su rostro con el chal, y cubriendo con su cuerpo una parte de la imagen que se exhibe de ella misma, hace doscientos años. No puedo creer que la haya fotografiado sin darme cuenta. La única explicación que pienso aceptar es la siguiente. Cuando ciudades como Bogotá aparecieron, nuevos dioses nacieron, seres mágicos, o musas, o hadas, o gauchos fantasmas, o putas espectrales, en todo caso ya no santos y puros, sino pecadores y asesinos. Ella me conjuró a no verla en ese momento, para que no saliera a perseguirla, para que no me perdiera con ella a buscar a quienes no volverán, no todavía. Bogotá es seguramente una mujer, segura, altiva, misteriosa, orgullosa, desgarrada y desgarradora, potente, viva, y además, además hoy vestía de negro, llevaba tacones y un viejo chal. Cómo no llevar chal, con este frío”

Creo que cuando digo que intento expresarme de la manera más clara posible no estoy señalando que todo es orden y cristalinidad en lo que escribo, que no hay dudas, incertidumbres, titubeos, preguntas y hasta ambigüedades en ello. El esfuerzo intelectual que hago para responderle me hace pensar sobre qué es lo que estoy entendiendo por “claridad al escribir”. Es difícil responder. Incluso creo que debería buscar otro adjetivo, distinto a claro. En el escrito que le acabo de compartir creo que también intento “ser clara”. No me gusta cómo suena ese adjetivo para describir mi intención y mi escritura en este caso (el del fragmento que le compartí). No me gusta porque en ese tipo de escritura me interesa lanzar pinceladas que sean un poco difusas. Yo no quiero describir cómo se veía exactamente esta mujer, o qué fue lo que realmente yo sentí al verla, y al ver después su fotografía. Es más, en el mismo escrito digo que no puedo poner las palabras correctas a esa descripción, y recurro a los cerros, los edificios, el frío, para señalar lugares que me permitan pintar ese sentimiento. Pero por supuesto, es difusa, es oscura, está borrosa la descripción. Pero creo que sigo pensando que mi escritura es “clara” aquí. Con clara me refiero a que mis oraciones pueden llevar a alguien a algún lugar, les puede señalar algo. Y sí, intento que ese algo sea cercano a lo que yo veo, a lo que yo siento, a lo que yo entiendo; pero, no intento que sea exactamente lo que yo veo, lo que yo siento, lo que yo entiendo. Esperaría que si alguien escoge una oración del fragmento que le compartí pueda entenderla, pero no “clara y distintamente” (adjetivos que usted usó para referirse a una escritura que le interesa mostrar la Verdad) sino que pueda entender algo de ella, pueda remitirse a un lugar, a un olor, o a una “idea”.

No sé, Rigoberto, si le digo la verdad estoy bastante perdida con respecto a qué responderle en esta carta. Y creo que es así porque me ha sido muy difícil entender lo que usted tiene para decirme. Cuando me contó lo de su papá le pude seguir el hilo, me narró algo de su vida y me señaló lo que pensaba de él para hablarme de la “historia de vida” y su importancia. Usted me quería señalar la importancia de lo que llama la “historia de vida” a través de lo que me cuenta de su papá. La verdad, yo voluntariamente me perdí en la historia, en la Bogotá del momento, en los gamines, en las fincas, me imaginé a su papá siendo el campanero. Usted me quería señalar una cosa pero yo terminé interesándome en otra, poniendo la mirada en otra ¡Y eso está genial! Usted me quería exponer, contar, decir algo. Yo le entendí una cosa, yo creo que capté la intención que usted tenía al contarme algo de la historia de su papá, pero no fue eso que usted señalaba como central lo que enganché a mi lectura. Pero yo entendí esos dos párrafos en los que usted habla de su papá y de lo que intenta al contarme esta historia. Claro, no soy tan prepotente o tan idiota –a veces esas dos cosas son lo mismo– como para afirmar que entendí a cabalidad lo que usted expuso, o para decir que es lo que yo creo aquello que usted necesariamente estaba afirmando, o tenía la intención de afirmar. Por supuesto que no. Pero por lo menos puedo entender de alguna manera su intención y su narración en estos dos párrafos. Sus oraciones me llevan a un lugar, me hacen caminar por una historia. ¿Por qué le digo que mi mirada se posó no sobre lo que usted me quería señalar, sino sobre algo diferente? Porque quiero señalar que cuando digo que se escribe “con claridad” no necesariamente se escribe desde una posición dominante que quiere señalar una única, valida y Verdadera cosa. Yo creo que usted en estos dos párrafos me escribe con claridad, porque le puedo “entender”, porque puedo seguir su historia, porque puedo “ubicar su intención” al contármela. Pongo las comillas en “entender” y en “ubicar su intención” porque quizá no le entendí, quizá no es su intención la que yo estoy creyendo. Pero por lo menos tengo una interpretación, si se puede llamar así, de lo que usted está diciendo, de su intención, de lo que me está contando. Sigo con la idea: que me escriba con claridad no implica que solo sea válida una lectura, que usted me quiere contar La Verdad implica, más bien, que yo puedo tomar para mí algo de lo que usted me dice.

Llevo varios días leyendo su carta, y también pensando sobre cómo responderla. Debo decirle que su carta me parece bastante pesada, me es difícil entender qué es lo que usted me quiere decir. Aún no sé si agregar un componente audiovisual a mi respuesta puesto que lo que le quiero decir requiere, a mí parecer, de un trato fuertemente verbal.

Me parece entender que una de las cosas que usted dice es que la escritura que llama “occidental académica” –supongo que se refiere a la hecha en filosofía– tiene que ser “clara y distinta” porque tiene que dar cuenta de “la verdad”. Y de alguna manera esta afirmación hace parte de un discurso que legitima una forma de vida que muestra y defiende la Verdad. No estoy segura de que eso es lo afirmado por usted. Le repito, Rigoberto, me ha sido muy difícil entender, o tener alguna idea de lo que usted me quiere decir. Como le quise comentar en párrafos anteriores, no creo que una escritura clara –por lo menos como yo la traté de explicar– tenga un compromiso tan fuerte con la Verdad, con dar cuenta de ella, mucho menos con una forma de vivir en la que necesariamente se deba mostrar y defender la verdad. “Claro” es cuando una de mis oraciones, al ser leída por alguien más, señala a algún lugar. Y no necesariamente el mismo lugar que quise, o un lugar con los mismos colores que quise dibujar en el escrito.

Así como usted mencionaba en su ponencia, escribir una carta es un compromiso con el corresponsal. Cuando escribo pienso en mi lector o lectora. A mí mamá, quien no maneja cierto vocabulario no le escribo igual que a uno de mis buenos amigos que lee y escribe a diario (No estoy señalando que manejar cierto vocabulario, o cierta estructura gramatical sea lo necesario, lo que se DEBA hacer al momento de escribir). El caso es que ese compromiso siempre implica, para mí, preguntas como ¿Van a entender mis corresponsales lo que les estoy diciendo? Y no entender una verdad que tengo para transmitirles, una verdad irrefutable, una verdad innegable, una verdad que expreso “clara y distintamente”. Me pregunto si mis oraciones son gentiles para ellas, para ellos; si al leerlas puede llegar algo a sus corazones, a sus mentes, a sus cuerpos. Algo, no sé qué llegará exactamente, pero que puedan agarrar, tomar algo de mi escrito para ellos, para ellas. Por eso leo y releo. Me gustó algo que Bouvet contaba de Demetrio, él decía que la carta debe ser enviada como un regalo ¿Cómo se envía un regalo? Como algo que será bueno para quien lo reciba. Puede ser algo que regocijará el corazón de quien lo recibe, que complacerá su vista, que será visto como algo valioso. Hay toda una atención, una intención sobre el destinatario. Se prepara el regalo. Se piensa sobre el destinario, cómo es, qué le puede gustar. Se piensa qué regalar, cómo hacerlo, se duda sobre ello. Un buen regalo es uno donde se entrega algo valioso para el destinatario. Y en muchos casos, quizá siempre, hay un trabajo de quien regala sobre el regalo. El solo hecho de pensar sobre qué regalar y cómo hacerlo es un trabajo sobre dicho regalo. Pues así entiendo que se envíe la carta como un regalo. Uno debe tener la atención puesta en el corresponsal ¿Cómo estoy escribiendo? Quizá sea necesario releer. No para escribir como al corresponsal le gusta, pero sí para demostrar que hay interés por el que me lee. Me parecería grosero leer “Al sujeto le gustó el chocolate en la mañana de Julio”, a menos que lo leyera en un libro para jugar mentalmente con las oraciones. Me preguntaría muchas veces qué me está tratando de decir, pero no como una pregunta valiosa, sino como una pregunta que surge por la falta de atención de quién escribe ¿“Al sujeto le gustó el chocolate en la mañana de Julio” o “Le gustó al sujeto. El chocolate en la mañana de Julio…” o “Al sujeto le gustó el chocolate de Julio, en la mañana”? No me parecen estúpidas, innecesarias, o comprometidas con la Verdad, las comas en su lugar, las tildes, las relecturas, ni los intereses por escribir con “claridad”. Me parece importante que su carta me haya hecho preguntar por qué es lo que estoy entendiendo por escribir con claridad. No estoy satisfecha con la respuesta que acá he intentado dar, creo que seguiré pensando sobre ello. También seguirá vigente para mí la pregunta por si escribir con claridad implica un compromiso con la Verdad.

Para terminar, y darle paso a la segunda parte de la carta, también creo que hay otros “modos de registros” que son diferentes al ensayo que se nos exige en la Licenciatura –porque supongo que esa forma de escribir es la que estamos pensando, poniendo en tensión, de la que estamos señalando ventajas y desventajas, carencias y “abundancias”…–. Hay otros modos de escritura que “exceden los parámetros establecidos”, como usted dice, o que son “otras formas de acercamiento a la realidad”.


viernes, 21 de abril de 2017

Yesica Cortés, Carta a Diana Acevedo

Bogotá, 16 de abril de 2017

Querida profesora:

Acepto tu invitación de dibujar las letras, las palabras y los pensamientos sin mediaciones tecnológicas, solo tu carta, el papel, mi mano y un esfero. Leer tu carta fue todo un reto, la tuve que leer varias veces y con cada lectura encontraba algo nuevo, algo que no había visto en una lectura anterior. Recordé que, cuando recorro el centro y sus calles, siempre me encuentro con algo que no había visto antes y me sorprendo. Esa sensación de sorpresa me la encontré leyendo tu carta.

No sabes cuánto me alegra que desees profundizar más en nuestros diálogos escritos, que sea este ejercicio más espontáneo hace que sea menos estrecho el espacio de escribir. Romper las barreras que nosotras mismas establecemos permite que tengamos un poco más de libertad, que nos arriesguemos a dejarnos ver, a dejarnos descifrar. Así como me dejas ver un poco más de ti con esa carta. Creo que no nos debemos dejar determinar por los roles que jugamos en la sociedad, porque nos perdemos mucho de la otra, nos perdemos de la riqueza y complejidad que nos compone. Casi que puedo imaginarte en medio de tu gripa escribiéndome. También me ha pasado que llego al parecer indispuesta y aún así con muchas ganas de escribir.

Ahora, por ejemplo, me siento algo nostálgica. Cuando comencé a escribir esta carta escuchaba a Cesaria Évora, ahora escucho a Chavela Vargas. Estas mujeres me hacen sentir hasta la médula. Casi que comparten conmigo la nostálgia. Suena en este momento Luz Casal. Pienso en cómo le podemos compartir en la escritura, a la otra un sentimiento, un momento particular. Para culminar el círculo de mujeres que me acompañan en este instante, no podía faltar Concha Buika. Que la escritura tenga vida propia, que hable por sí misma como en la música. (Hago muchas pautas para escribir, por eso sonaron tantas canciones en este párrafo)

Quería contarte algo interesante que me pasó este fin de semana y que fue inspirado en ti. Cuando leí tu carta en manuscrito, recordé que en los talleres de escritura, cuando escribía así, a mano, me fluían las palabras. El sábado, cuando intenté comenzar a escribir la primera parte del primer capítulo de la tesis, me senté frente al PC y quedé bloqueada y muda, a pesar de que tenía mucho por decir. Así que luego de horas, me vino a la cabeza la idea de empezar a redactar en el cuaderno el avance del primer capítulo. Lo hice y fue una experiencia totalmente diferente. Puede escribir sin trabas, organizar lo que estaba escribiendo e irme corrigiendo en el acto.

Con respecto a Foucault y al avance que presenté, te cuento que me sentí menos presente o más ausente en relación con el primer avance. Por eso en el comienzo de la sesión dije que casi no aparecía yo, no mi propuesta, en pocas palabras estaba resumiendo al autor. Así que tu sospecha era cierta. Recuerdo que en los primeros semestres con mis compañeras, hablábamos de "casarse con un autor". Pensábamos ingenuamente que escoger un autor, o tener afecto en particular por uno, era necesario para establecer por cuál camino íbamos a enfocarnos. Creo que algo de eso aún quedó en mi. Claro, no estoy diciendo que lo haya escogido por capricho, pues como te dije veo muchas cosas en su obra que le pueden aportar a mi trabajo, pero quiero entenderlas bien. Cuando leo su trabajo sobre los antiguos como un trabajo arqueológico y genealógico aveces pierdo de vista cuál es su postura concreta y eso es lo que me confunde un poco.  Me gusta la idea de practicar la libertad como él lo plantea porque eso pude significar que asumimos nuestra posible libertad en prácticas concretas y continuas. Pero estoy de acuerdo contigo en que podremos profundizar o hablar sobre esto en otros espacios.

Te agradezco por arriesgarte conmigo en los caminos inhóspitos y desconocidos a los que nos puede llevar el ejercicio epistolar.



Yesica Cortés




Carta manuscrita (p. 1)
Carta manuscrita (p. 2)

Carta manuscrita (p. 3)

  

Laura Salcedo, Carta a Lizeth Palacios


Bogotá D.C, 4 de abril de 2017

Compañera:

Debo decir que no conocía la historia del caballero de la armadura oxidada, la leí y como dice Robert Fisher, llegué a la conclusión de que a todos alguna armadura nos tiene atados, pero me pregunto si, para las mujeres, esa armadura no es más complejo destruirla y librarnos de ella. Y si la respuesta es afirmativa, cómo sé que lo es, cómo será esa armadura para otras sexualidades, para esas aun divergentes y rebeldes que se resisten a lo masculino y a lo femenino (y no, no había usado la “receta” del caballero querida Lizeth).

¿Qué es querer? No lo sé, creo que por ser mujer el mundo, la sociedad, mi familia me influenciaron a sentir y entregarme a mis emociones, pese a que soy aparentemente muy serena y tranquila me reconozco en mi turbulencia, pero hay otras mujeres que no son así, son como usted, no tan emotivas y abiertas o por lo menos como dice en su última carta. Entonces no hay una verdad absoluta sobre cómo debemos ser o cómo debemos sentir de acuerdo a nuestros aparatos reproductivos, nuestros órganos, no sé cómo no sonar soez.

Creo que he llegado a contradecirme, pues en otras cartas decía que hay una imposición sobre el ser, sobre la forma correcta y establecida como verdadera y única, pero la verdad es que ser mujer o como lo veo está atravesado por nuestro lugar de enunciación, si somos blancas, negras, mestizas, lesbianas, transgéneros, intersexuales, heteros, pobres, ricas, indias, árabes, latinas, etcétera. Esto me lleva a decir que debemos ser como “queremos” ser. En fin no sé si hay algo de productivo en este ejercicio de escribir y desvariar.

Quiero compartir algo que me entristeció, estaba en un seminario discutiendo sobre las nuevas pedagogías y la cuestión del género, y mis compañeros y compañeras llegaron a la terrible conclusión de que se había hablado demasiado sobre el tema, que era necesario dejarlo a un lado, afirmando que por ejemplo con el lenguaje no era correcto hacer un uso que promueva su feminización, es decir, decir nosotras en vez de nosotros, los y las, maestro y maestra, todo esto hace que se confunda a nuestros interlocutores y que algo como economizar el lenguaje es lo que debe primar aquí. En esta línea otro ejemplo era que decir cuerpos y cuerpas para hablar de los cuerpos que no se identifican como masculinos o femeninos es algo desacertado; algo que creo que es desconocer la lucha de las identidades sexuales. Finalmente estoy segura de que como mujer y educadora en formación no permitiré que se diga que es un absurdo admitir que nuevas voces circulen en los imaginarios que se construyen en el aula sobre las identidades de género.

Lizeth espero no haber desaprovechado estas líneas para aclarar que entiendo cómo se siente y espero compartir esos quereres y sentires de nuevo.

“Si se llega a un punto determinado, ya no hay regreso posible. Hay que alcanzar ese punto".

Frank Kafka

Laura S.

miércoles, 19 de abril de 2017

Diana Acevedo, Carta a Yesica Cortés

Bogotá, 22 de marzo de 2017

Querida Yesica:

He decidido escribirte a mano porque quisiera explorar mucho más de mis estados de ánimo y las disposiciones de mi cuerpo en la escritura. Quisiera que esos gestos de los que hablas adquieran una materialidad más contundente, y enriquecer desde ahí la comunicación que aquí estamos construyendo. Yo quisiera usar esa segunda estrategia de escritura de la que hablas: dejarme llevar por la melodía de las palabras y por la corriente que fluye libremente en el papel.

Notarás que mi letra cambia, en general lo hace según mis estados de ánimo, el tiempo del que disponga para escribir, la comodidad y atmósfera del lugar en el que me encuentre. Por ejemplo, hoy estoy en mi casa, es de mañana y el día está bastante lluvioso. Me he levantado muy enferma. El frío de anoche, en la reunión con Adriana, ha hecho lo suyo con mi malestar de garganta. Mientras escribo, además, me duele un poco la cabeza, la garganta y el pecho. Pero estoy animada y tengo muchas ganas de escribirte.

Efectivamente la distancia física es tan solo la primera en el juego de distancias que encontramos en la correspondencia. Tú no estás aquí, de manera física, y mi acto de dirigirte estas palabras te invoca, de algún modo, te trae a la presencia. Estás presente en esta acción de escribirte en la medida en que las cosas que digo, la escogencia del tono, del sentido dependen o están atravesadas por aquello que sé y espero de ti, o de quién eres. Tienes razón en que eso se puede hacer incluso estando presentes físicamente en el mismo recinto; porque la presencia de la que se trata aquí se refiere al espacio que habitan las palabras, al espacio del texto. Este espacio es por supuesto material por cuanto lo componen trazos sobre un medio cualquier que sea mi registro (una hoja de papel, pixeles en una pantalla, un cuerpo en movimiento…) Este espacio es sobre todo un campo de sentido, quizás para algunos un campo simbólico.

Quisiera confesarte que este espacio que estamos compartiendo se me antoja un poco estrecho. Nuestras cartas consistentemente han tenido dos páginas; siento la necesidad de extenderme un poco más. Y en que también a mí me corra una necesidad vital de escribir y de explorar en estas cartas un posible cauce para tal efecto. Encuentro que mi rol de profesora puede ser muchas veces un obstáculo para establecer puentes comunicativos, no sé si decir reales, porque no es un asunto de realidad, pero sí al menos, vitales. A veces cuando te escribo siento que estoy tratando de superar una especie de barrera, y me sorprendo porque probablemente yo la puse ahí. A este respecto aprendí y sigo aprendiendo mucho de los diálogos socráticos y de la presencia de la φιλíα, de la amistad como un requisito para filosofar. Entonces la estreches no solo es un asunto de extensión sino también de los protocolos y las maneras en las que acostumbro a relacionarme con mis estudiantes. Y aquí emerge muy fuerte lo que hablábamos anoche y Adriana nos invitaba a pensar: La carta como el lugar de una responsabilidad máxima y cuidado de quien está ahí y a quién le escribo. En otro momento me gustaría profundizar sobre este punto. Por ahora, esta es una forma de decirte que creo que podríamos profundizar un poco más el diálogo que estamos sosteniendo, quizás llevar un poco más lejos las reflexiones y estar muy pendientes de que la relación profesora-estudiante no sea un estorbo para ello.

Dicho lo anterior quisiera extenderme sobre la discusión que tuvimos en torno a Foucault. Lo primero es que entiendo o creo entender tu aprehensión. Me disculpo, si no he dimensionado apropiadamente el hecho de que en esta conversación mis palabras estén revestidas de un pero o autoridad distinto al de las demás personas en el grupo. Esto es un problema cuando lo que intento es entablar un diálogo entre pares, y claro, hay un sentido en el que no somos pares. Pero estoy buscando de ampliar y profundizar en los sentidos en los que sí somos pares. La discusión sobre Foucault es un caso de esto. Sé que es parte importante de lo que quieres decir en tu tesis. Y por ello me tomo con la máxima seriedad y honestidad la clarificación de qué es lo que quieres decir y hasta qué punto estás dispuesta a comprometerte con el autor. En últimas, si se tratara de libertad, que sabes que me genera sospecha, me interesa que seas libre; en el sentido de que no quedes apresada por lo que dice tu autor, sino que lo uses (…), que sepas tomar lo que te sirve, lo que te interesa y que sepas criticar o incluso desechar o dejar de lado con razones lo que no. Tu tesis es altamente propositiva y creo que es una buena idea; sospecho que iría muy en contravía de tus intenciones las tesis del autor con (…), o de manera plana. El ejercicio no puede avanzar en una sola dirección, no huyas tú a recoger el sentido en las palabras del autor, como si su texto estuviera dispuesto solo para dar, más no también para recibir. Recibir en este contexto significa que tú pongas de ti en lo que recibes de los textos. No en el sentido arbitrario de hacer interpretaciones absurdas o salidas del contexto, sino en el sentido de que eres tú la que lees y eres tú la que escribirá la tesis. Por mucha simpatía y conexión que tengamos con un texto, un filósofo o una filósofa; siempre genera algo de sospecha que no se encuentre algo disonante, un reparo, una crítica, un aporte que implica llevar más lejos el texto. Esa es mi intuición y por ello quería yo contarte cómo leo yo estos textos, mis reparos, sospechas, lo que encuentro (…); en general lo que yo encuentro. Pero no se trata de que tú encuentres lo mismo. Me gustaría sí que comprendieras mi lectura, pero no que con base en esto construyas la tuya. Eso no es fácil y está bien sentir miedo. Cree en tus intuiciones, eso significa ponerte a prueba. Por esa razón extraño en tu carta esas refutaciones y esos reparos que mencionas, pues me gustaría dialogar con ellas. Estoy segura de que incluso me ayudaría a aclarar mi propia lectura, mis propios reparos sobre el texto.

Por temor a que se extienda demasiado esta carta, me abstendré de plantear mi interpretación de la “escritura de sí” y la “ética del cuidado de sí como práctica de libertad”. Te invito a presentar tus objeciones y sobre todo a (…) un par en la interlocución. Al presentarte mi lectura, incluso mis dudas, yo estaba tendiendo una mano, estableciendo un puente o un punto de encuentro; no quisiera que fura recibido como un acto de desbaratar o destruir algo. Aunque entiendo que a veces se requiere desandar para poder andar.

Gracias por tu tiempo y especialmente por estar presente en esta carta y en este proceso.


Me despido con afecto,

Diana


Carta Manuscrita (p. 1)
Carta Manuscrita (p. 2)
Carta Manuscrita (p. 3)
Carta Manuscrita (p. 4)